Con las municipales a la vuelta de la esquina, el pulso político se antoja taquicárdico. Los partidos engrasan bien su maquinaria para salir en la primera línea de carrera y anticipar su llegada a la meta, también en primer lugar. Los pronósticos triunfalistas quitan interés al camino, restando emoción a esos momentos previos: los días de reflexión y espectáculo. Son jornadas vertiginosas en las que el tiempo altera su velocidad entre discursos prometedores que no desean condicionar la libertad popular pero buscan su atención. El pueblo vota, el pueblo elige, el pueblo gana y ellos (los políticos) se proclaman adalides de una victoria incierta aunque cantada a escondidas. Los mítines intensifican su presencia, la cercanía al pueblo se disfraza de acoso y el sabor a triunfo se saborea con el corazón.
En esta frenética pugna por el liderazgo y poder políticos, cada centímetro perdido es un fracaso, cada gramo se sopesa con seria preocupación. La calle, transmutada en termómetro, mide la temperatura del color político. La proximidad del candidato al anhelado votante pasa a convertirse en activo electoral. Al menos por un día, los ciudadanos pueden acercarse al dirigente y tienen voz. Con eco o sin él, las quejas populares, denunciantes de lo insoportable, llegan a oídos de los representantes. |
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Los comienzos, en cualquier faceta de la vida, son duros. En política, son devoradores; sintiendo el acoso de las críticas por parte de los partidos decanos: expertos que encuentran en una formación nueva al contrincante potencial ya que por el hecho de constituir una novedad deben someterse a la novatada de la crítica destructiva.
En Madrid, San Isidro se despertó con aire de fiesta política. Antes de probar las rosquillas del santo -tontas y listas- o sentarse en la pradera a comer un castizo bocadillo de tortilla española, los madrileños tenían un encuentro con un partido que está emergiendo con fuerza. El nombre es revelador, lleno de esperanzas y portavoz de soluciones. Ahora Madrid, presentado en sociedad el 24 de abril, no se trata de una aternativa al uso. Nace del inconformismo manifiesto generado en las plazas, en el día a día del trabajador, del pensionista, del parado joven y de larga duración; fraguado en las juntas de barrio. El legado del 15-M se lleva orgulloso en las venas cargado de acercamiento popular, lleno de sangre participativa, reformista. Para algunos, se trata de un experimento probeta; para otros, es la fuerza del impulso social. En realidad, la opción que presenta a Manuela Carmena para la alcaldía madrileña, es el fruto de un matrimonio civil entre Ganemos, Podemos, Cambiar I.U., Equo. No es la suma de todos pero sí de muchos. Se trata de un partido instrumental que tiende a evitar la borrachera de siglas.
¿Qué es un partido instrumental? Suena a concepto manipulable, a trinchera fantasma. Será una creación artificial dependiente de otros o una iniciativa independiente apadrinada por partidos mayores... Por el momento, se trata de un bebé, alimentado por el calor de Plataformas Ciudadanas. ¿Y qué partido no fue inexperto en sus primeros pasos? El Puente de Toledo, entorno castizo, rezumaba fiesta popular con trasforno político, sin color de mitin partidista, de arenga dominguera ni de banderín; austero y barrial. Fue un espacio ofrecido al público para conocer sus opiniones. La sombra de Podemos latió con carácter amable e ilusionado. El escepticismo inicial fue roto por Inés Sabanés, cuyo nombre posee tirón en la izquierda. El protagonismo de sus palabras se lo llevó las críticas contra lo que todos conocemos y detestamos: la corrupción, los recortes en salud, vivienda y calidad de vida. El espíritu de barrio latió por los cuatro costados bajo un sol de justicia. Ahora Madrid expuso su programa, sencillo y concreto. Sin caer en la descalificación, ni Sabanés ni sus compañeros de mini intervención (Nacho Murgui y Mauricio Valiente) se dejaron llevar por la sangre hirviendo: algo que se agradece. Sus palabras no desprendieron entusiasmo, sí cierto sabor a hogaza cocida con trigo limpio. La estrella de la mañana, Manuela Carmena, hizo una aparición meteórica. Alentadora y muda. Su figura, con carisma popular y empaque judicial, llenó el acto de representatividad lejana, inadvertida. En el fondo, como quiso trasmitir, ella es una más.
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