Las calles de Madrid son casi un desierto. Las estatuas respirarán más tranquilas sin el agobio de los selfies domingueros. Los carros de la compra inundan las aceras en su convoy hacia los mercados. Los perros hacen el paseo matinal mientras miran asombrados el rostro de su amo, tapado por una mascarilla. Si no es médico ni atracador, creo. En el mercado impera un silencio extraño roto por la megafonía ajena a las bacterias. La sección de productos higiénicos es la que primero se ha agotado. Nos dejamos llevar por la sicosis el pavor y las cestas se llenan de productos perecederos. Los guantes de plástico tienen sentido, ya nadie los ignora; incluso se buscan con desesperación.
Las vías céntricas de Madrid están con tráfico descongestionado, no tienen colesterol. El fantasma del cerrojazo enmohece los edificios emblemáticos. Los turistas son accidentales, la velocidad se ha estacionado en la Gran Vía de Antonio Flores, no hay tanta gente que mire ensimismada a la Puerta de Alcalá, el oso y el madroño no tienen admiradores, el Círculo de Bellas Artes es un conjunto de carteles que anuncian una programación cultural clausurada, la geometría del Palacio de la Equitativa, reconvertido en superficie lujosa, defiende sin hechizo el urbanismo para multimillonarios. Madrid, ciudad abierta es Madrid, ciudad rodeada.
Los vagones del metro viajan vacíos; te sientes pasajero y maquinista. Nadie quita los ojos de sus teléfonos móviles como si fueran una ventana segura al mundo contaminado mientras rehuyen apoyarse en las barras por pánico al coronavirus. El alboroto es mudo; la paz inusual, tenebrosa. Los sintecho no han abandonado las calles madrileñas. Para ellos, las advertencias de confinamiento provocadas por el coronavirus no tienen sentido. Las autoridades solicitan la colaboración de los taxistas para el traslado de enfermos al hospital en un estado emergencia prebélico. La idea de organizar un festival solidario para disfrutar de la música, en una lucha abierta contra el coronavirus, ayuda a mitigar el aburrimiento. El festival #YoMeQuedoEnCasa estrecha el cordón umbilical de la estrella con el seguidor a través del hashtag. En casa: sofá y tele. Planazo.
Cada año, en España mueren 50.000 personas a causa del tabaco; el alcohol mata a 40.000; la contaminación se lleva por delante a 10.000 víctimas. Podríamos seguir sumando y todo ha permanecido igual. El coronavirus no justifica una enfermedad que ha potenciado un comportamiento que no es nuevo: el miedo a lo incontrolable.
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