De la misma manera que algún partido político está en contra de que terroristas concurran en listas electorales, otras opiniones se manifiestan disconformes con la actitud de determinados dirigentes autonómicos en período electoral. En la manera de explicar al público o, mejor dicho, de evadir sus responsabilidades con el debate que, a tenor de lo visto el 24 de mayo, se ha convertido en un acto a evitar, en un momento de mala digestión cuando el menú de los otros comensales se le atraganta a Isabel Díaz Ayuso. No estaría mal incluir una cláusula excluyente de la tertulia informativa a las formaciones políticas que no presenten a su gestor principal en los encuentros televisados. El que el Partido Popular no llevara a Isabel Díaz Ayuso, o que la señora Ayuso no quisiera asistir el 24M a RTVE para compartir y defender ideas la descalifica como política, la mancha como persona. Fuera una elección de ella misma o de partido, dentro de una estrategia infantil (y quizás efectiva), desnuda su talante democrático y sobre todo dialogante. Desnuda su caudillismo.

Isabel Díaz Ayuso envía al subalterno para limpiar la basura, para argumentar los problemas que el jefe no sabe, para escuchar los reproches que le pueden venir encima como altavoz de una incomodidad ciudadana palpitante. Manda a otro a la horca o a proteger un podio tambaleante, según se mire, cuando el responsable máximo no quiere dar la cara. Un gesto de mal gusto que suma negativos a su figura y avala un gobierno nefasto, basado en esconder la cabeza en vez de dar la cara. Un desplante a todos los españoles como máximo representante del gobierno autonómico. ¿Le importará esta autodescalificación o pensará que es una manera de ganar popularidad con una rebeldía inmadura? Ella es la política ausente que con esta espantada capitaliza un discurso donde sólo su incomparecencia tiene peso. El silencio de sus palabras se pone en boca de sus empleados. Desaprovecha una oportunidad para justificar el desaguisado madrileño, huye de la incomodidad que predica entre una libertad amurallada para los suyos mientras ametralla a los servicios sociales de todos, defiende una economía enladrillada y ultraliberal. La presidenta de la Comunidad de Madrid se esconde en la guarida del miedo y el desprecio.

La ausencia de Isabel Díaz Ayuso dice mucho de sus formas, agita sus arenas movedizas, se empadrona en galaxias donde no tiene rival. ¿Será que los suyos no necesitan escucharla porque no ofrece nada nuevo?¿Será una manera de afirmar que callada hace más para dirigir? A todos los mandatarios que hicieran lo mismo se les debía hacer entender que, con su negativa a debatir, rechazan un derecho que luego no pueden manipular, tampoco pueden insultar las propuestas de enemigos ideológicos. Su ausencia es un despropósito hacia los ciudadanos que quieren escucharla y a los dirigentes políticos que buscan justificaciones de una gestión enferma que no cree en la sanidad pública. El PP apoyó los planteamientos de Ayuso, oscurecidos por su absentismo, gracias a una ausencia de colegiala que teme al diálogo crítico. Que huye de la autocrítica con su vacío presencial.