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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL

Histórico
 
 
 


NO A LAS FOBIAS
Película "The Wall".

J. G.
(Madrid, España)

The Wall. Pink Floyd

La visión con la que Alan Parker ha retratado los traumas de la naturaleza humana adquiere un punto superior en The Wall. Es una verificación del hombre auto destructivo, de la vida y de la muerte. Bob Geldof se convierte en un ser manipulado, en el espejo del autismo auto provocado, de las frustraciones que la vida nos ha regalado. Su papel es una narración en clave de épica silenciosa. Ese no pronunciar palabra es unos de los gritos inconformistas más grandes que se ha dado en el cine.

Bob Geldof, antes de hacerse embajador musical de la solidaridad, desarrolla una interpretación fastuosa, insultante, sujeta nada más que al diálogo de sus gestos con la cámara. Estos se integran con las situaciones sin que la articulación vocal sea vehículo para conducir el diálogo. La música de Pink Floyd desgrana comportamientos dañinos, la voz de Roger Waters lima las artistas del odio.

Junto a Tommy (1969) y Quadrophenia (1973), The Wall forma parte de la trilogía operística del rock sinfónico. El genio creador de Roger Waters tramó esta turbia historia tras observar el comportamiento agresivo de un fan durante la gira Animals. La reacción, también agresiva, de Waters: escupirle en la cara, suscitó la idea de crear una barrera entre su banda y el público. Era la repulsa de Waters hacia la alienación que demuestran sus seguidores en los conciertos. Es una materialización de conceptualizaciones brillantes que Waters va sumando hasta construir ese muro con el que muchos crecemos. The Wall es la historia de Pink Floyd, un músico traumatizado por los recuerdos de su infancia. ¿Alusión paranoica al grupo? Se van sucediendo dos vidas paralelas: una infancia huérfana de cariño y una madurez auto destructiva.

El personaje de Pink es el arquetipo de un artista hastiado del éxito y su entorno, decidiendo reencontrarse en las drogas y la mutilación a través del autismo que va provocando. Las drogas se han convertido, dentro de su cochambroso apartamento lisérgico, en el refugio desde donde deberá romper ese muro que ha edificado. Cuatro paredes mórbidas que se convierten en la atalaya desde donde Geldof mirará a una sociedad con desprecio, y se consumirá lentamente en una desaparición masoquista. Su silencio, las cuchillas de afeitar, el sexo no correspondido: todo es un trance chamánico.

Un trance que pasaba por codearse con los gusanos de la muerte menos espectacular. Gusanos, deportados de la libertad, totalitarismos, triadas asesinas (escuela, Iglesia, Estado), infancia castrada, autodestrucción, guiños a la locura de Syd Barrett, cíclope homófobo, vocabulario censurado, dictadura rapada, celos frustrantes, autoritarismo paterno, proteccionismo materno, dictadura del poder, banderas bañadas en sangre.
Geometría no euclidiana, pacifismo ácido, crítica encendida, simbología mayestática, lirismo, obra de arte.

El trabajo gráfico del ilustrador Geral Scarfe se reparte por la película durante quince minutos. Se caricaturiza la muerte, la pesadilla de la guerra, el amor caníbal, la propaganda militar. Sus dibujos transformables e interpretativos transforman a la barbarie humana en más abominable y hermosa al mismo tiempo. Es vómito, instinto asesino. Es denuncia ensangrentada sin violenta barata.

El trasfondo acusador reflejado en la música de Roger Waters es una deuda personal con su padre. El dibujo freudiano de una hijo incomprendido y sobre protegido. Es una película autobiográfica en la que Waters escupe sus vivencias, sus sentimientos llevados al límite por Bob Geldof y una banda sonora histórica. El comienzo con When The Tigers Broke Free es el primer grito que lanza hacia un padre muerto en combate, de quien sólo recuerda su disciplina espartana. Es la denuncia de una guerra carroñera y un Imperio Británico que languidecía en el frente. Una acusación vestida de negro hacia los que ordenan matar en nombre de la Reina.
Su familia se retrata en The Wall con una claridad puntillosa: desde un padre que perdió a los cinco años hasta una madre anuladora. El crecimiento en este desarraigo familiar en la vida real es quizás lo que hizo avivar el genio de Roger Waters, un alumno conflictivo. Su padre fue el representante del espíritu británico rectilíneo puro, otra raza aria.

The Wall es un no a la institución sobre la persona, comenzando por la escuela, pasando por el ejército, las filosofías de masas, el líder, la falta de individualidad y las fobias. Es demoledora, denunciante, de un sarcasmo sangrante y sangriento, épica y vorazmente musical. Es una alucinación frame tras frame donde miedos y paranoias se sincronizan a la perfección, creando la sinfonía de la locura humana. Es la estética del horror y la belleza del derribar fronteras. Una belleza cruda con un final abierto, catártico.

El trío formado por Alan Parker, Roger Waters y Bob Geldof resulta difícil de superar.

Pink vivió en un mundo cada vez más autista, creándose su propio muro sobre las secuelas de un pasado desarraigado y un presente nihilista. El triunfo de su vida profesional se ha empañado por la soledad. La misma que transforma su personalidad en un gusano represor y fascista. Este monstruo le obligará a romper la agonía del círculo que se estaba estrechando cada vez más. Ostracismo y agobio.

La película no es una auto complacencia de Waters para liberarse de los miedos vividos, es una protesta contra todo aquello que nos manipula y nos convierte en marionetas, en ganado marcado con la señal de una integración aborregada.
Veintisiete años después de su estreno, volver a ver The Wall es comprender que el Renacimiento no sólo fue un periodo artístico. La genialidad de Roger Waters es un canto a la revolución contra el establishment.
Es cine de culto.

 

 

J. G.

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