Los abundantes fallos escénicos y de interpretación en sus personajes resultan imperdonables. En
“Transgression” su director se hinca ante el escalón del novato, del estudiante cinematográfico que desea estrenarse ante el ojo público sin la madurez de una idea reposada y mimada hasta el último detalle. La violencia gratuita que la ahoga apesta a mediocridad. El actor incorregible que cae en las garras de la doncella tontorrona: ¡no me cuentes tu vida de cenicienta sufridora para camelarte la entrepierna varonil! Gustazo tontorrón cayendo en los brazos del recurso fácil. Una cosa es ser joven, vulnerable; y otra, estúpido.
Tonta ella, tonto él: ¿dónde se ha metido el director para corregir estos fallos de iletrado cinéfilo?... Carlos Bardem, superado su recuerdo a presidiario mafioso de
"Celda 211", ejecuta un papel cómodo con serenidad profesional. También se ve pasto del desarreglo guionístico: tan pronto vivo; de repente, fiambre. ¿Y en medio, qué?. Matthew (Michael Ironside) resulta elogiable por la vitalidad de su personaje, a caballo entre la cafeína y el cola-cao. Ay que tener narices para aguantar lo que le toca física y mentalmente y demostrar una recuperación digna de físicos estratosféricos. Ahora unas patadas y más adelante a cambiarse de ropa porque la que lleva huele a sangre. Cochambre de Armani, pijerío maduro cubriendo su fiscalidad corrupta.
Los protagonistas, el susodicho Matthew y su Helen (Maria Grazia Cucinotta), son pasto de la furia intrusa. Se desenvuelven sin credibilidad: sus caras así lo reflejan. Hasta ahora no tenía claro que las películas eran episodios fingidos, un trabajo más;
“Transgression” me ha despejado esa duda.