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LA DIGITALIZACIÓN VACÍA DE UN CLÁSICO
Película "Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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La obra de Hergé da el salto a la gran pantalla después de que Stéphane Bernasconi dirigiese 39 episodios de sus aventuras para la televisión francesa. El personaje de Georges Remi, bajo el seudónimo anterior, se fraguó dentro de una imaginación gráfica portentosa y aventurera. Steven Spielberg y Peter Jackson modelan un clon en el que lo añejo impera ante lo novedoso, a pesar de las ventajas tecnológicas. Su personaje insignia, el joven Tintín, se convierte en tridimensional sin que, por ello, el interés de sus hazañas triplique la atención del público. Cambia de fisonomía, respetando el flequillo respingón de su imagen, convertido en tupé de época. Sigue con el nervio a flor de piel, la curiosidad le corroe. La tecnología vuelve a apoderarse de la fantasía, dotándola de una criogenización anti arrugas. Tintín siempre será un personaje de viñeta, movible dentro de nuestra ilusión. El equipo de animación de Weta Digital se ha esmerado hasta lo imposible por lograr una producción jugosa y de éxito garantizado.
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La asociación entre Spielberg (director) y Peter Jackson (productor y entusiasta de la idea) ha ofrecido un resultado de tecnología sobresaliente en el que no se han escatimado medios y, otra vez, se demuestra que poderoso caballero es Don Dinero. Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio trae la novedad de la imagen no del contenido. Steven Spielberg no aporta nada nuevo; más bien, transforma el genio de Hergé en producto apto, me temo, para el consumo audiovisual acelerado. Su paso por las pantallas irá seguido de la edición en DVD, los juegos para las distintas plataformas informáticas, los carteles y las camisetas: algo consustancial a una obra cinematográfica con amplias miras comerciales. El aroma del Tintín impreso, movido a golpe de vista, se despide para dar la bienvenida al señor 3D. Que las bondades visuales de esta película no cieguen otros aspectos. |
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Esta aventura es una consecución acelerada de planos sorpresa. El cuidado en su montaje brilla ausente. La calidad visual es de tanta perfección que, por momentos, las imágenes de sus protagonistas se confunden con la humana. Conforme avanza la película, entiendes que todo se debe a ese perfeccionismo tecnológico. La historia no llena; divierte al que se esfuerza por divertirse, es dinámica pero no atrapa. Los mundos se entremezclan (mares, distintas naciones, persecuciones, peleas) en la realidad detectivesca. Tintín, inseparable de Milú, es un investigador transnacional. Las alucinaciones de Haddock o la estupidez británica de Pin y Pon arropan la simpatía de su perro y el ansia aventurero de un jovenzuelo resucitado. De principio tontorrón, y aventurando nubarrones, la trama se encauza con facilidad. El colorido de las imágenes llama la atención sobremanera: matiz que en los paisajes árabes siempre representará la cultura del agua. Sería un feo olvidar el recuerdo hacia Bianca Castafiore, la dama que cantó a Tintín el Aria de las joyas, la presencia de El Barbero de Sevilla con Rosina's Cavatina, el Concierto para Cuerda en F Major, R.V. 136 (Andante), de Antonio Vivaldi o a Charles Gounod. Eliminando esto, Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio se quedaría en paja. El apellido Spielberg, sin desprestigiar el conjunto de su obra, vende más que este trabajo. |
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