El peligro que tiene una saga es valerse de su éxito anterior como gancho peliculero. Este género crea tantos adeptos como detractores, algo sano para las conciencias cinéfilas (y para el público en general). “Men in Black III” es una película extrema en el sentido de que se rige por esa máxima: complace sobremanera a sus fans y pasa inadvertida para los demás. Lo que es evidente es que nos encontramos ante un producto de diseño; puro markeing más destinado al DVD que a la gran pantalla. Su interés se reduce a la estrategia comercial que hay detrás de ella. Es material de consumo rápido; juega al usar y tirar jadeante. Anticipo de la serpiente de verano que asfixiará las pantallas como de costumbre.
Gracias a la presencia de Josh Brolin se alivia la machaconería cansina del tándem marca Will Smith - Tomy Lee Johnes.
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Barry Sonnenfeld intenta recuperar el terreno perdido tras dirigir la segunda cinta de su trilogía negra. La frescura del primer “Men In Black” no se supera en esta última; el recurso de la acción en 3D no le ayuda a mantenerse ingeniosa. Sobran los chistes tontos a cerca de un racismo ligero; muletillas que se acoplan como pueden y ensucian la comicidad de un escenario manejado por ordenador. En este aspecto, “MIB3” denota impersonalidad y frialdad. Las referencias históricas como el vuelo del Apolo XI se contemplan alejadas: una cosa son los planos insertados de antiguos metrajes y otra la fantasía de este largo. Todo es ficticio, Tim Burton hubiera hecho maravillas con ellos. La película juega con el paseo temporal como baza fuerte, desmarcándose de sus predecesoras. Inevitables son los saludos a Robert Zemeckis (“Back to the Future”) y su juego con el tiempo. Se busca un aire vitalista en esta tercera entrega de los agentes enfundados en negro. Patina en lo anecdótico para sucumbir en el escaso ingenio de su propuesta. Se apoya en la chispa del sentimiento facilón como punto final nada impresionable. Su peso resulta intrascendente después de soportar casi dos horas de tortura marciana. |
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Por no serlo, ni tan siquiera el título es original. Con eso queda dicho todo de una franquicia que rebasa lo cinematográfico para convertirse en producto destinado al cine máquina tragaperras. El entretenimiento queda aparcado en segundo plano, reivindicando la acción dislocada, ausente de guión, donde los diálogos son estrella por su insustancialidad. Es un despropósito tecnológico para un cine que reclama el ocio como arma de atracción.
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