Lo nuevo de Baltasar Kormaku desilusiona a los amantes de la acción elaborada con cabeza. Su película da prioridad al galimatías de ritmo acelerado sobre la fuerza imaginativa del argumento. Una vez más, Hollywood tensa el músculo con un despliegue de energía trepidante, sin médula. Este cine alborotado se encuentra a merced de un guión perdido. La chulería de Bobby, encarnada por un
Denzel Washington parsimonioso (vestigios de
El coleccionista de huesos), representa la parte buena del alma humana. Michael Stigman (
Mark Wahlberg), su compañero, es el chico tonto del tinglado, fardón de barrio bajo y hortera al estilo americano (siempre rumiando ese chicle insoportable, luciendo carita santurrona y falto de seso). Los protagonistas forman un equipo macarrilla, falto de diversión, con frases insulsas y poses de estudio. Lucen un desastre bien llevado por la cacharrería repleta de tortazos y secuestros. Los dos forman un equipo que se desconoce mutuamente. A pesar de hacer del mismo trabajo, no tienen ni idea para quién trabajan. Sus nombres intentan salvar los créditos finales y sus caras, maquillar los avances promocionales.