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PARA PALADARES INDIGESTOS
Película Viaje a Italia.
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha técnica |
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La reiteración más absurda, por mucho que se quiera esconder tras los pasos de Lord Byron, reúne de nuevo a Steve Coogan y Rob Brydon. Los dos maestros del humor ácido cambian el itinerario del mismo viaje que realizaron en The Trip. Cuando los viajeros por carretera se lanzaron a explorar las bondades de la campiña inglesa en un trayecto de pretensiones culinarias alocadas, ninguno de los dos tenía en mente repetir con una ruta desconocida. Como si fueran caballeretes modernos de una guía gastronómica de postín, se dejan caer por Italia: Liguria, Toscana, Roma, Amalfi terminando en Capri. Este recorrido repite su aventura anterior cambiando los nombres de los parajes; el resto es más de lo mismo en donde se reproducen conversaciones. En una palabra: deleznable. En una frase: ¿cómo habrá gente dispuesta a dejarse los cuartos en una producción tan insufrible y bochornosa como Viaje a Italia?
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La experiencia entre colegas es un recorrido completado con citas cinéfilas: la mención al clásico Te querré siempre (1954) de Rossellini, titulada originalmente Viaggio in Italia, es inevitable. Aún así, Michael Winterbottom lanza un timo para el espectador, una desilusión para el amante del séptimo arte. Coogan y Brydon, dos personas convertidas en personajes incapaces de sorprender, dos turistas que no saben apreciar ni el color ni el sabor ni la procedencia de los alimentos. Son dos becerros pastando en buenos restaurantes y durmiendo en las mismas suites que nombres históricos: animales de corral con acento británico sin el exceso de Chicote o el aire familiar de Arguiñano. El director británico, más que innovar, ama los platos de la abuela con tufillo a producto refrito y quemado. Lo nuevo del realizador británico es una idea precocinada guardada en el refrigerador mental. |
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La música es el único ingrediente que se salva de esta ensaladilla pastosa y pútrida. Alanis Morissette, Leonard Cohen con Go No More A-Roving, Gustav Mahler o Richard Strauss salvan la digestión. La soledad y problemas personales buscan el lado enternecedor del charlatán en el descanso del guerrero. Se lanzan al encuentro de las raíces de Percy Bysshe Shelley y Lord Byron como pretexto para atraer la atención. El exceso de colorante químico desparramado repite con sabor a pizza caducada. |
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