Los 15 años que separan a Zoolander, un descerebrado de la moda (2001) de la actual Zoolander 2 (2016) han cambiado el mundo, aunque las mentalidades de sus protagonistas han variado poco. Es un producto montado en el negocio del cine ordinario y dominguero.
Los egos de Derek Zoolander (Ben Stiller) y Hansel (Owen Wilson) siguen igual de descerebrados en formato panorámico. La segunda parte de esta secuela indigesta los escupe criogenizados a un mundo extraterrestre en el que se sienten monigotes de su payasada. Son patosos hasta la saciedad en un ambiente movido por la cultura blog que disfruta celebrando pases de moda en un vertedero. ¡Es cool! El azul deslumbrante de Derek no impresiona tanto aunque siga poniendo las mismas caras de chimpancé amaestrado. La estrella se ha convertido en una momia estrellada y su compañero de pasarela es un cruce entre surfero kármico y hippy tribal. El lenguaje, tan alejado del chiste, sucumbe ante la zafiedad de sus diálogos. Los dos son expertos en macarradas verbales.
La autoparodia tontorrona ha resucitado con Zoolander 2, despertador de carcajadas ventrales(pedorretas) mientras el cerebro se atrofia. Es tan vomitiva como icónica: el primer Derek marcó un época. Su imagen enterrada se conserva con más dignidad que resucitada en esta actualización.
Los nombres del famoseo han querido relanzar el espectáculo de los estrellas. Justin Bieber, Macaulay Culkin, Mika, Lenny Kravitz, Kanye West, Kim Kardashian West, son cromos preocupados en la popularidad de su hashtag. Otros buscan mantener el peso de la película: Penélope Cruz (con guiño a lo albaceteño, ¿Almodóvar?) o Will Ferrell (que ya repitió en la primera parte). Algunos ganan popularidad a base de su peculiar imagen: desde Benedict Cumberbatch, el andrógino de este planetario, hasta Kristen Wiig, la nueva reina de la moda, ejemplo del exceso: desde la sofisticación holográfica hasta el barroquismo desmesurado. Son personas y personajes al servicio de un argumento estilo Hollywood. |
El público participa de un lucha abierta entre la risa flatulenta, diarreica, y el silencio absoluto muriendo de estreñimiento aburrido. La añoranza de la frescura limitada que tenía la primera parte destroza su gracia con la necesidad de reinventarse.
Zoolander 2 cumple a rajatabla el formato de cine basura: se despilfarra humor zafio y gamberro para una comedia desmadrada en su ñoñería. |