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CUANDO LA OPRESIÓN VIAJA EN UN FURGÓN POLICIAL
Película Clash
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Entevista al director |
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África es un continente de contrastes, pasando con facilidad extrema de lugar dormido a tierra de revoluciones. Su gente, obligada a tragarse el concepto de la opresión, se ha levantando de manera fulgurante y arrasadora en la última década. Primero fue la Revolución tunecina, que acabó con el régimen de Zine El Abidine Ben Ali; sin olvidar Argelia, Yemen o Libia, para finalizar el rosario de rebeliones inesperadas con la Revolución egipcia de 2011. Después de acabar con 30 años bajo la tiranía del dictador Hosni Mubarak, los Hermanos Musulmanes de Mohamed Mursi subieron al poder, enfrentando a sus seguidores contra partidarios del ejército.
Las protestas egipcias, conocidas como Revolución blanca, alzaron el descontento social augurando un nuevo amanecer. En 2013, miles de egipcios colapsaron El Cairo como símbolo de protesta ante lo inaguantable. |
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Lo religioso monopoliza la política, y la milicia acentúa sus represiones, alimentando la continuidad de una tiranía donde el ensañamiento de cada facción revive el despotismo de Mubarak. Lo civil sigue siendo paria del poder político.
Las discrepancias internas detonaron una bomba incontrolada dentro de un polvorín inestable. La tensión no sólo ha crecido hasta perder el control sino que la capital egipcia se ha convertido en hervidero de gente movida por el corazón en busca del culpable. “Clash” crispa la diversidad política y religiosa contra una devoción extremista muy sanguinaria. El pánico encorajina la incomodidad de quienes rastrean horizontes nuevos, nexo de una situación que envuelve tragedia con esperanza. |
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Mohamed Diab, conocido por “El Cairo 678”, muestra la angustia encerrada en un furgón policial un día cualquiera del levantamiento egipcio mientras deambula, en una redada más, por las calles de El Cairo, testigo de horas confusas entre una explosión de júbilo y enfado. Su ambiente carcelario, tan angustioso como violento, reproduce la pugna de una revolución más tensa que pacífica. Es la atmósfera de un vehículo fantasma donde viajan desde el líder religioso que mantiene una calma separatista hasta un DJ más preocupado por su pelo que por su vida, pasando por el aspirante a actor que se quedó en atracción televisiva, un vagabundo sin techo que ha encontrado el hogar equivocado, ese policía que termina en el bando de los detenidos cuestionándose la labor de sus superiores, la Prensa, pasto de la persecución informativa: personas de carne y hueso convertidas en muñecos de trapo, testigos sufridos de la Historia; o el teléfono móvil como antena clandestina hacia un mundo exterior convulso. Pasajeros sin billete de una celda rodante (política, religiosa y humana) donde el cerrojo se convierte en salvoconducto para conservar su libertad. Son actores de la violencia ideológica que cae en el fanatismo espiritual para, una de dos: tullirse a palos o entenderse dentro de una convivencia obligada. |
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El director egipcio se ha tomado su tiempo, cuatro años, para acercarnos la noticia de telediario tratada con bisturí y proximidad agobiante. Sus protagonistas, atrapados por una pesadilla claustrofóbica, son los perdedores de esta desestabilización; el miedo, asociado a la confusión y pérdida de control, corre desatado por todas partes. A pesar de que la enemistad no desaparece entre ellos, hay pequeños momentos en los que el sueño de la libertad sintoniza con risas terapéuticas.
“Clash” reaviva los enfrentamientos internos, las ganas de venganza, el odio desatado.
La convivencia forzada irá limando asperezas descubriendo un enemigo externo. Es un viaje al infierno dentro de otro infierno, un trayecto interminable. Una mirada a la actualidad y la locura humana, hacia la supervivencia y las distintas maneras de entender una sociedad, las creencias; hacia las cacerías de zombies y los ajustes de cuentas persecutorios. Hacia la sin razón. Tras los primeros altercados que no esconden un final menos angustioso, “Clash”, pletórica de ansiedad y dueña de una fotografía sobresaliente, respira nerviosismo sumido en el terror de una asonada que pinta incontrolable. Sin caer en el convencionalismo de una ficción basada en el trasfondo político real, el segundo largometraje de Mohamed Diab se lanza con elegancia carcelaria al cuello de la injusticia ideológica. |
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