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CUANDO LA MUERTE SE APELLIDA BURGUESÍA
Película "Happy End"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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La navaja de rompe el vacío más imperturbable. Siempre afilada, no duda en alborotar la tranquilidad burguesa que oculta un remolino de sadismo y odio. El título de su nuevo largometraje esconde segundas intenciones; arremete contra la ruindad capitalista entre hipocresía diabólica y visión irónica. Maneja las penurias de la condición humana con maestría, convirtiéndolas en perlas decadentes. Se niega a cerrar las imperfecciones que la sociedad clasista defiende con naturalidad emética. La socarronería punzante de un cineasta acostumbrado a zarandear impurezas toleradas desconcierta con Happy End. El título es una declaración de principios sin ánimo panfletario, concisión demoledora entre significante y significado, acrimonia fina y trabajada con sabiduría maldita.
El inicio de la película lanza mensajes de una comunicación cada vez más impersonal y masificada. El amor antierótico entre la persona y el teléfono móvil disfruta con su anonimato onanista. Se convierte en cámara subjetiva de lo objetivo, bitácora de un diario con alma de youtuber o influencer paranoico y psicópata. La lectura de estos primeros pasos muestra la realidad vacua de una familia asquerosamente millonaria que revuelve las tripas. La mezquindad se sube por las paredes con fuerza poltergeist en esta mansión de exquisitez repulsiva. Las pistas, lentamente, van tomando sentido hasta descubrir las miserias más opacas. Las locuras de Godard, el ojo voyerista de Passolini y la irreverencia de Lars von Trier comulgan en una eucaristía atea y banal. |
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Happy End es el centro de la nada, la búsqueda de la muerte deseada, la flagelación egoísta del pudiente, unos refugiados oliendo el perfume de la riqueza, el ridículo de su desgracia, el fantasma de Salvini en sus carnes, la injusticia que ha normalizado las diferencias sociales, el exhibicionismo tecnológico introduciéndose en lo privado, la ruptura de la intimidad. ¡Está hecha con mala baba! Es una película de estética casera en la que los planos rechazan el estudio minucioso que Amour o La cinta blanca poseen. Se aleja de su línea exquisita para acercarse a la violencia de Funny Games y Caché. Es un cine directo a la yugular flanqueado por la malicia absoluta que, tras pasar por un tamiz reflexivo, resulta agradable para su comprensión. Es violencia caníbal, discreta, taladradora, gélida; una película testamentaria, intensa.
El ataque constante a la farsa de la clase acomodada vive envuelta en su papel de seda con buscando el final feliz que está por llegar. Haneke no facilita el camino al confort del espectador; juega con él a un sadismo elegante sobre esquemas que van más allá de la imagen. Sin alardes de cámara ni florituras (no las necesita), el cineasta bávaro afila los colmillos con lentitud desconcertante para morder carne fresca entre zarpazos de insolencia y fariseísmo. Vuelve un Haneke agreste, esquemá tico, nihilista en la imagen, pétreo. |
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La familia se abandona al desmembramiento imparable. El progenitor, desde la atalaya de una estructura jerárquica, contempla la mediocridad que mariposea a su alrededor. George Laurent (Jean-Louis Trintignant) y Anne Laurent (Isabelle Huppert) forman el tándem padre-hija que en Amour experimentó una cercanía más sensible, menos cínica y despiadada. La actriz francesa hace de fiera hipócrita implacable, contenida en su fuerza dramática característica. La ristra de personajes familiares expande las raíces del árbol genealógico enfermo: Thomas Laurent (Mathieu Kassovitz), ese médico reputado, padre, con una doble vida que aparenta estabilidad; Eve (Fantine Harduin), la hija adolescente, desubicada, respetando los impulsos más retorcidos, convertida en protagonista; el hijo de Anne que quiere redimir con caridad calamocana sus pecados de burgués mimado; la dulzura de un acertado Lawrence Bradshaw (Toby Jones) con cara de prometido bonachón; o el peluquero humillado en su condición de lacayo sumiso. El silencio musical petrifica con limpieza estremecedora sólo perturbada por el barroquismo de Les Folies d'Espagne. |
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Haneke, experto de las perversiones humanas y del terror psicológico que congela las venas mientras la sangre hierve confusa, muestra su convulsión menos dramática cargada de crueldad fría servida en bandeja de plata. Michael Haneke dirige la hipocresía social sin dejar títere con cabeza. No reniega de sus cánones como cineasta cáustico, observador del comportamiento humano capaz de conducirlo hasta el extremo más mortífero y placentero. |
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