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EL DOLOR DE LO INSOPORTABLE
Película Dolor y gloria
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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El trabajo de Pedro Almodóvar, gracias a los años, se ha convertido en un bucle de intencionalidad personal que destapa las entrañas del director calzadeño; en compost inorgánico; en flujo que dificulta la elasticidad arterial, hipertenso ante el exhibicionismo de fobias marcadas por siempre, señor. Un rosario de la Aurora. Su aparición en pantalla grande, después de Julieta, deja frío en un acto de resurrección atea. El surrealismo, mezclado con el recuerdo entrañable y olor a infancia manchega, se plantan en el séptimo cielo entre nubes de rayas alucinógenas. Todo está envuelto por un aparato mediático mastodóntico que sabe despertar el mono dentro de un mundo manipulado por el tintineo del apellido famoso. La factoría Almodóvar es alumna avanzada en el menester mientras convierte el sabor artístico del cine en embutido de gran superficie con toques de zona Gourmet.
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Dolor y gloria es una experiencia seudoreligiosa, nihilista e improductiva que mezcla ayer y hoy con calzador en un intento por aunar el caos mental de rondalla pueblerina con el presente urbano depresivo. Un paseo mental por las décadas de los setenta y ochenta españoles con nostalgia homosexual e intensidad heroinónama. La droga es un desayuno ecológico y compañero más afable que las personas. El largometraje excita con facilidad vetiginosa la neurona del olvido gracias a su empatía desértica. Es un acto de resurrección ateo encumbrado al séptimo cielo dentro del aparato publicitario en el que la firma, convertida en becerro de oro, sobrepasa el resultado. Es otro producto casero con denominación de origen a caballo entre Paterna, Madrid y un mundo sideral empachado de pastillas convertidas en cereales probióticos; un chorizo sin especiar vendido con inteligencia mercantil. Se vale de nombres conocidos que ocupan carteleras, resguardados por la rusticidad cantarina de Penélope Cruz o la lejanía atormentada de Antonio Banderas. El actor malagueño, sin su garra irreverente llena de explosión interpretativa, alcanza la andropausia como personaje distante mientras se amarra a la frustración decadente convertida en aflicción alcista. Acaso conducido por la mano onanista de un realizador que necesita sacar sus miedos internos, Banderas se deja acariciar por la mano de Pedro Almodóvar en el delirio de gestualidad imitativa que levanta los bostezos dormilones. Asier Etxeandia expresa con soltura su drama cómico-trágico cercano a una realidad más lúcida, fresca y creíble. Su papel es amable; sin tapujos; dignifica una cinta pretenciosa llena de colorido seductor. Es la caída estrepitosa de un cineasta venido a menos. No faltan los giros chaplinescos de Julián López mientras el público aguanta estoico el desplante estelar en la Filmoteca que da alegría a una película suicida desde el principio. |
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La cámara se mueve perezosa entre una abundancia altruista de planos fijos, antítesis de Lars von Trier potenciando un rodaje inmóvil. José Luis Alcaine, uno de los grandes en fotografía, apoya con esmero el interiorismo de revista decorativa en una simulación auténtica con alma de Second Life.
Es tediosa, repleta de posturas ajadas: el magreo despertando el deseo del recuerdo varonil, repeticiones lingüísticas innecesarias (no has sido un buen hijo, hijo mío); la curiosidad morbosa por conocer el DNI sexual de la pareja nueva que acompaña a un amor antiguo (¿hombre o mujer?); la mirada avellana de Penélope Cruz que, con la edad, se convierte en azul profundo de Julieta Serrano; esa postura tántrica inicial de Antonio Banderas bajo el agua con su pelo y barba recién peinados. La lentitud de un andar borracho de papelinas y saltos en el tiempo despistados moldean la biografía autorizada de Almodóvar en la piel de Banderas. ¿Habrá sido un parto con dolor o gloria, pasional o laxo? |
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Dolor y gloria está escrita como testamento vital de un hombre cansado que usa los temores, junto a un muestrario de sus dolencias físicas, como soporte para seguir vivo. Ni la soledad de Salvador Mallo, ni una cartografía mental magullada, ni la sombra del cáncer encienden la chispa compasiva hacia su sombra zombie. Es un autorretrato aburrido, distante e incapaz de conectar mientras el actor-autor (ya se ha perdido el norte) vive su propia historieta en el mundo angelical que disfrutan los demonios de sus protagonistas. La inocencia de la infancia recordada huye de las pajas mentales adultas, envueltas en metafísica de pestilencia minimalista y contención artificial.
La banda sonora, formada por pesos pesados (Rosalía) o mitos como Chavela Vargas tampoco escapa del sello Almodóvar con Alaska y Dinarama. |
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Almodóvar es cansino con el deseo exhibicionista de sus paranoias en busca de una confesión canonizable. El abandono se empodera de su alter ego ante un dolor y una gloria de cineasta extraviado; mimoso en el regodeo de su hundimiento. Débil, siempre héroe de su miseria, se ríe de la locura hasta que, en una pirueta mortal onírica, renace gracias al encuadre pictórico retratista abofeteando con chulería los finales imaginativos. Una cosa es hacer buen cine y otra muy distinta, intentarlo. |
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