El director surcoreano no lo piensa dos veces y repite estereotipos con innovaciones tecnológicas. Los cataclismos visuales, a parte de las mordeduras consabidas, sobrecargan un impacto que se convierte en rutina de ordenador. El hombre, como protagonista de un escenario polvoriento y deshumanizado, sólo sabe esconderse de la invasión que siega su vida. La capacidad técnica de
Península supera al guion que se aparta del mensaje atractivo. El inicio sabe interesarnos gracias al protagonismo de la realidad infestada. Pasados diez minutos, la originalidad es mordida por el bacilo de la maldición zombi que entusiasma a cualquier equipo de maquillaje. El largometraje se ha esmerado en presentar una cara asiática más evolucionada en agresividad y efectos especiales. Este avance entrecomillado se relaja en el entretenimiento para minorías fieles sin ganas de evolucionar hacia un perfil más amplio. Las escenas persecutorias recuerdan a la familia
Fast Furious pero sin coches de gama alta.