Una máquina de escribir es aporreada con intensidad durante 1975 en Kent para flotar en el instante que recoge el encuadre situacional. Su retroceso automático le transforma en protagonista que juega con una historia conocida. A muchos les sonaran los
niños de la guerra que abandonaron España obligados por la
Guerra Civil. Algo parecido sucedió en
Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial pero sin salir de su patria. La campiña inglesa acosada por una invasión nazi sobre Londres ha retrocedido casi treinta años.
Alice es una mujer alejada de este temor y cercana a su soledad, rota por el estallido de una bomba inesperada en la cara. Su comportamiento ha sufrido una mutación al crear este rincón individualista sin más contacto humano que el proporcionado por los libros llenos de personajes casi mitológicos. La irrupción desestabiliza la paz obtenida por el desengaño ya que compartir amor le ha traído decisiones más penosas que satisfactorias. La llegada de un huésped inesperado le obliga a abrir las fronteras de su claustro para compartir sueños y asperezas.