Un cineasta sueña con hacer una película y si tiene éxito, mejor. No existe nada más deprimente que contemplar el fracaso empujado por el boicot extremista. El ruido minoritario coacciona a la mayoría, las críticas periodísticas son demoledoras y una voz resiliente afirma:
el interés sigue en el aire. Todo es publicidad o así lo ve Max Barber. Los ojos del director junto a Walter Creason, su socio y sobrino, contemplan el fracaso con aceptación y desespero divergentes. Si entre ambos se encuentra un actor deprimido que juega a la ruleta rusa con su pistola de vaquero glorioso, el cóctel garantiza efervescencia.
El alma bohemio de Max, amante de su arte, lidia con el productor sediento de codicia y triunfos que tiene todo bien amañado. La muerte inesperada desata la cumbre del cinismo mientras se llora al nombre desaparecido como maquinaria de hacer billetes. Max, encarnado por
Robert De Niro, es un soñador creyente en el cine puro. La pantomima de un ejecutivo apestoso le enciende la bombilla, acuciado por las deudas económicas. Su ingenio aporta un humor negro particular que convierte a la mafia en beneficiaria de un enredo poco ético: el finiquito de las cuentas deficitarias con ella.
La última gran estafa corre como una idea personal con ganas de solucionar problemas estancados en unallejón sin salida, y sin intención de dañar a nadie, aunque algunos deban morir.