En 1995, el escritor Owen Marshall publicó el cuento
Coming Home in the Dark que James Ashcroft ha utilizado para su primer largometraje. El periodista
David Hill se refirió a esta historia corta como
‹‹uno de los relatos más desgarradores de nuestra literatura››. El terror en la película del director neozelandés construye una aventura espeluznante desde la sencillez de una situación común. A partir de la premisa tan sencilla como un viaje familiar se van poniendo, poco a poco, los ladrillos de un edificio que albergará el horror del recuerdo a un ayer enterrado. La excursión se convierte en pesadilla con un desenlace que no importa tanto como el desarrollo de sus penalidades.
Atrapados en la oscuridad es un tratado de sociopatía moderna. El comienzo de un metraje diseñado para curiosidades domingueras se retuerce hasta lo descorazonador. La intranquilidad respira a través de una tensión constante al mezclar lo emocional y lo sangriento. Ambos elementos forman el tronco de una fabulación fiel a sus orígenes literarios con la aportación personal de un cineasta debutante en la dirección. El guion acertado visualiza la experiencia campestre como elemento truculento que pasa del día a la noche en un recorrido violento mientras la muerte es un actor vivo. Uno de sus puntos fuertes es la simplicidad de personajes cercanos que se topan con el extremo opuesto. Esta convivencia forzada perfila el retrato de cerebros distintos: la familia feliz y el perturbado que vive en una soledad atormentada por su trastorno mental. El cuadro hogareño se transforma en boceto agitado de su ruptura por la tragedia. El esbozo paisajista se redondea con la aparición de los antagonistas sobre el horizonte, como puntos insignificantes, cuya fuerza narrativa determinará el resto de los incidentes por la senda del miedo. Su belleza, marcada por la desolación, les persigue con una luminosidad y oscuridad cegadoras. En medio, la agresión busca justificar sus acciones resucitando al pasado como eje de un suceso que irá enturbiándose con sentido. Las caras desencajadas y las frases acalladas por el susto hacen de la angustia su carta de presentación.