Tan fácil es arrancar un orgasmo a una piedra como sacar una carcajada de una película que presume de celebración orgiástica. Este festejo no abandona la comedia gracias al grado de intelectualidad hortera divertida, de la que Paco León sabe mucho, con la ayuda del lenguaje. En la cinta del director sevillano se daba rienda suelta a las filias sexuales como
dacrifilia,
elifilia o
somnofilia. La riqueza lingüística de
Poliamor para principiantes es insufrible y, por qué no decirlo, pija. La variedad de
Kiki, el amor se hace emerge ahora como un vocabulario de circuito cerrado donde las puertas están abiertas a la experimentación con los efluvios sensuales de un sentimiento atocinado. Aquí reside la fuerza de una idea incapaz de vender humo porque no enciende mecha alguna, sin lecturas dobles. La ligereza de la diversificación amatoria busca provocar la curiosidad del profano, entre los que me incluyo y meto también a Satur y su hijo Manu, un chaval talludito que aún duerme arrullado bajo el techo familiar. Esto sí es un problema (que pasa desapercibido) en un nido carente de precariedades económicas. Se tiene una visión del mundo distorsionada por gafas de Realidad Virtual. Tampoco importa lo suficiente que los progenitores deseen la soledad del lecho conyugal. El hijo es un personaje de chiste, amante de los superhéroes, forofo de los tebeos y defensor del amor a la antigua usanza. Nada es normal en este núcleo donde el poliamor acerca a las personas mientras se descubren sensaciones escondidas, hasta ahora, en la cueva freudiana del la represión mental.
El amor se reinventa por necesidad generacional aunque padre e hijo explotan, con intenciones monetarias, un filón entre zarpazos de polémica amarillista. Se encumbra a las audiencias nuevas a través de las formas actuales que generan opinión con clics impulsivos. Las relaciones humanas son tiras cómicas con efectos Marvel, disfraz de Power Ranger y bocadillos de viñeta que dan color a la estética pop de un universo irreal.