La
música es arte, no sé
si el primero, tercero, séptimo
o decimonoveno, pero su función
artística y estética es
indiscutible. La música es capaz
de generar conciencia, de desencadenar
revoluciones, de modificar los comportamientos
generacionales... y de aborregar a las
personas. Perdón, mejor dicho,
la mitomanía que se crea alrededor
de los artistas es la que, en muchas
ocasiones, nos aborrega.
Escribo
este alegato a la cordura porque he
tenido la oportunidad de comprobar lo
que digo en un macro concierto hace
poco en el que se reunieron viejos hippies
convertidos en empleados de banca y
jóvenes poppys "amantes
de la música del pasado".
La estrella era casualmente un astro
en declive musical: Paul McCartney.
El mito convertido en cenizas de lo
que fue. Sus sesenta y muchos años
le pesaban tanto que casi no podía
mover la guitarra a ritmo beatlemaníaco,
¿o eran las arrugas lo que le
pesaba? Prácticamente solo en
un inmenso escenario flanqueado por
pantallas de proyección superiores
a los 20 metros de altura, McCartney
evidenciaba su minúscula presencia.
"¿Dónde vas abuelo
del mundo...?" Sus nietos eran
la audiencia: muchos de ellos han mamado
a ritmo del "Let It Be" o
se dieron su primer morreo mecidos por
"No More Lonely Nights" (cuando
los de Liverpool ya descansaban en los
museos). Unos vástagos embelesados
más por los recuerdos que evocan
esas canciones que por la furia de McCartney.
¡Qué tiempos aquéllos...!
McCartney
está viejo, no anciano. Huele
a pasado, y lo peor de todo es que se
ha anquilosado en un pasado glorioso
sin innovar. Deduzco que cuando la fama
te desborda, pierdes la improvisación,
dejas de ser creativo y tu capacidad
de persuasión se debe a la reliquia
que representas, nada más.
Hace años, una campaña
publicitaria de una conocida marca de
pantalones puso de moda la frase "la
arruga es bella", yo añadiría:
"la arruga es bella si es inteligente
quien la luce". De nada sirve hacer
historia si a los sesenta y muchos años
cantas lo que hacías a los dieciocho,
y con más flaqueza. Es el precio
de la consagración, de cuando
ya eres un dios, lo has alcanzado todo
y el único estrato que le queda
a uno es hacer del revival (léase
"arte repetitivo") una novedad.
¡Algo difícil!.
Muchas
veces he escuchado que, con la edad,
el hombre se vuelve más sensato,
y la adrenalina de la juventud da paso
a una madurez reposada. En algunos músicos,
y a McCartney le ha tocado jugar el
papel de embajador musical "maduro",
no es así. Cuando tus fans te
han encumbrado hasta una cima de la
que no puedes bajar, desterrándote
de la condición humana, el artista
se vuelve más inaccesible, menos
hombre de a pie. La madurez musical
consiste en saber retirarse a tiempo.
Es preferible despedirse del glamour
joven y fresco que no viejo y arrugado,
la música será siempre
la misma. Paul McCartney jamás
tendrá el morbo de un Curt Kobain,
ni despertará la pasión
de un Jim Morrison sobre el escenario.
Estos, por lo menos, siguieron la máxima
sagrada de sexo, drogas y rock &
roll, mientras que McCartney ha
conseguido crear su propio eslogan identificativo:
modosito, Evian y revival. Y
para arrugas bellas, las de su "enemigo"
rocker Mick Jagger, quien se permite
el lujo de posar en sus conciertos para
los fotógrafos que, desde el
foso, intentan cazar una instantánea
del "chico malo del rock".
Paul no quiere tener cerca durante sus
conciertos a los fotógrafos que
le recuerden esas arrugas y flacideces.
A esto se le llama "neurosis cromática".
¿Dónde
está el error? pregunto desde
mi ignorancia más profunda. Por
su lado, MTV, la cadena de televisión encargada de producir
el espectáculo afirmó
en un comunicado que "el incidente
con el vestuario de Janet Jackson fue
improvisado, no fue planificado, no
fue intencional y fue inconsistente
con las medidas que habíamos
tomado sobre el contenido de la actuación".
Constantemente los yanquis nos bombardean
con películas repletas de escenas
en las que el "imprevisto"
de la teta de la Jackson es una ofensa
a la carga erótica del film y
los cines se llenan para ver esas películas.
En Estados Unidos se produce un muerto
cada dos minutos y nadie dice nada,
es normal que la gente lleve revólver
(lo ampara la ley), y nadie se escandaliza,
la violencia
en las escuelas es el pan de cada día,
¿en qué conflicto internacional
no se encuentra metido este país?
y nos parece normal.
Para finalizar este epitafio, no sé
quién me da más pena:
el ex Beatle Miembro de la Corona del
Imperio Británico o el fetichismo
de sus seguidores. Fetichismo que, aprovechado
por el merchandising, genera millones
de euros. Llaveros con la cara de Paul
hace cuarenta años, impoluto,
siempre joven; gorras, camisetas con
su nombre inmortalizado a modo de tumba
andante. Borracho de tanto fetiche,
el colofón de esta fiesta mitómana
lo puso un amigo malagueño, que
por respeto no daré su nombre,
quien se jactaba de poseer un pelo del
ex-Bealte -un poco descolorido porque
ya empezaba a tener canas- y un trozo
de toalla -era de color azul- (pude
ver ambos objetos). Este personaje consiguió
el pelo en un concierto que Paul McCartney
ofreció en el año noventa
y tres en Barcelona. Me mostró
dicho pelo dentro de una cajita marrón,
con una inscripción en una placa
metálica, junto a una fotografía
del músico tamaño carnet
cuyo rostro, menos anciano, ya formaba
parte del fetichismo Beatlemaníaco.
Una tumba muy particular... pero, curiosamente,
no aprecié calor musical en ese
objeto, más bien indiferencia
y distancia. Este tipo no cesaba de
mostrarme sus tesoros y de tratar de
convencerme de que le creyera. ¡Qué
buen predicador será! Hasta me
dio fotocopias de unos artículos
periodísticos referidos a los
Beatles en los que su nombre aparecía
al final de la página. Más
fetiches.
A continuación, me enseñó
el trozo de tela azul que, según
él, pertenecía a la toalla
que arrojó en el mismo concierto.
¿Por qué un trozo?...No
porque había encogido con el
tiempo, no, es que a cada sitio que
iba, otros fetichistas del ex-Beatle
le habían pedido un pedazo impregnado
de sudor "McCartniano". ¿La
habrá lavado alguna vez o el
olor de Paul también forma parte
del fetichismo?
En abril de 1994 tuvo lugar en la Facultad
de Ciencias Económicas y Empresariales
de Málaga una convención
Beatlemaníaca en la que, además
de las exposiciones con objetos referentes
a la banda de Liverpool, se ofreció
una conferencia bajo el título
"Paul: ¿vivo o muerto?".
Diez años después, yo
plantearía la siguiente reflexión:
"Paul McCartney: ¿más
muerto que vivo?"