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BARENBOIM: PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
("Concierto de Año Nuevo" por Barenboim. Wiener Musikverein,
Viena, Austria. 01 de enero de 2009)

J. G.
(Madrid, España)

Neujahrskonzert 2009 con Barenboim

El ritual de recibir al Año Nuevo con música encuentra su referente más clásico en la ciudad de Viena. Se ha convertido en una tradición que no sólo ha aguantado el envite de la tecnología sino que ha sabido acomodarse a ella sin complejos. Cada año que pasa es un desafío a las oportunidades y en música, la tradición es dar la bienvenida al año entrante con el Concierto de Año Nuevo. La capital centroeuropea, cuna de cultura y música mayúsculas, engalana el Wiener Musikverein para hacer su ofrenda musical a este año que acaba de comenzar.

En 2006, la difusión de este concierto se internacionalizó a varios países africanos (Malawi, Lesotho, Bostwana, Mozambique, Zimbawe, Namibia, Zambia) y latinoamericanos (Ecuador, Bolivia, Chile, México, Uruguay).

La tradición ha venido adjudicando un director fijo para este concierto. Su mandato finalizaba con la muerte o jubilación, sucediéndole otro. A partir de 1987, se cambió la costumbre, decantándose por la alternancia de distintos directores cada año. Dirigir el Concierto de Año Nuevo era uno de los objetivos que faltaban a Barenboim para coronar su carrera artística.

La tradición también marca que este acontecimiento sea un homenaje a la familia Strauss: Johann Strauss padre e hijo, Josef Strauss y Josef Hellmesberger. Los violines de la Obertura “Una Noche en Venecia” Opereta 9 de 1883 abrieron esta bienvenida bajo un silencio sepulcral sólo interrumpido por los gestos de Barenboim, quien en ningún momento dejó de mover su gesto e imaginación. El Musikverein, y todos los amantes de la Música Clásica, respiraron una atmósfera aristocrática, de recio abolengo, que fue creciendo según se desarrolló el acto.

Las brillantes arañas de cristal que colgaban deltecho palaciego presidieron este festín dedicado a la música de salón por excelencia, adornado por las flores de San Remo. La mano derecha de Barenboim acarició los movimientos de cada pieza; la izquierda derrochaba la fuerza de quien sabe que la música es un arma pacífica para luchar contra la injusticia. Subidas y cadencias. Su elegancia dirigiendo los pentagramas de Strauss fue tan humilde que lo convertían en una tarea fácil.

Los gestos de Barenboim eran los de un profesor de danza clásica marcando el paso a un grupo de alumnos privilegiados milimétricamente acompasados. Los clarinetes y el oboe comenzaron un diálogo particular de “Cuentos de Oriente”, un vals de Strauss hijo, un guiño a la paz entre árabes e israelíes. La obra, escrita en honor a la visita del sultán turco Abdul Jamitkal, fue encargada por el comité del concierto para unir las culturas orientales y occidentales.

Es patrimonio de la Humanidad.
El concierto gozó del privilegio de contar con la voz de Albena Dabailova, la primera mujer concertino tras sustituir a Werner Him. La presencia femenina tuvo su peso. Cuatro de las cinco mujeres que forman parte de la Filarmónica estaban aquí: Albena Dabailova, concertino de la London Philarmonic. Alvena Tanainova (primer violín), Ursula Vetz (violonchelos) e Isavel Valov.

Las polkas y valses se alternaron, postrándose ante la manera en que Barenboim las hizo sonar. La música paisajista de los Strauss evocó la tierra con cuerpo, la luz límpida: su soledad y, al mismo tiempo, esa compañía que representa el silencio de la Naturaleza; invita al coqueteo. El reloj del Tiempo giró al revés; retrocedió a una época principesca dentro de una sala llena de ilustres austro-húngaros deslizándose como cines sobre el suelo acuático de un lago palaciego.

La mirada de Barenboim siempre lucía ojos saltones, encendidos y callados; no parpadeaban. Sus movimientos hablaban, eran una forma de lenguaje. El clarinete imprimió un aire campestre a la energía del director. La “Obertura del Barón Gitano” dejó caer una música con lágrima. Intimista y escenográfica, relajada, reflexiva, nómada.

La sorpresa de este concierto vino, casi al final, con la interpretación del cuarto movimiento de “La Sinfonía de los Adioses”, de Franz Joseph Haydn, para conmemorar por adelantado el bicentenario de la muerte del compositor austriaco, el 31 de mayo de 1809. España tuvo su momento en el “Wals Español”, de Josep Helbs Berger, viendo a un Barenboim dirigir entre pandereta y castañuelas. Sus manos fueron las de un escultor modulando sonidos.

Los músicos desparecieron uno a uno en el toque cómico de esta gala. El último violín dejó de sonar; siguió dirigiendo, igual que Beethoven, una música que sólo escucha dentro de su cabeza. Daniel Barenboim fue movimiento estudiado, bálsamo terapéutico. Pasará un año hasta que el recuerdo de este concierto desaparezca, despertando con sus mismas notas el de otro que comienza.

 

 

J. G.

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