Edison no inventó el fonógrafo con fines musicales sino para que se usara como máquina de dictado. El gramófono, desarrollado por Berliner, significó el primer soporte físico de grabación sonora sobre el que se impresionó la música como materia comercial. El nuevo sistema de grabación mecánica, en maridaje con el disco plano, mantuvo un romance que permanece vivo en el corazón de los nostálgicos.
El consumo nos ha obligado a postrarnos ante el avance tecnológico que limita el disfrute prolongado de sus invenciones. La frialdad funcional invade el ocio; la nota musical es un dígito binario, señor de los pentagramas electrónicos.
Crece el Blue-Ray, regresa el vinilo. El mercado, que desplazó al tocadiscos hacia una muerte suicida, intenta revitalizarlo sin sabor añejo. El dj virtual -VDJ- se enfrenta al pincha de cubata nocturno y cabina oscura. El adicto musical aprende lenguaje informático para entender la música que siempre ha amado.
La nueva raza de consumidores musicales demanda funcionalidad y miniaturización, es amante de los gadgets sofisticados y horteras, todos ingeniosos.
La adquisición de esta tecnología se vuelve fastidiosa cuando tiene que ser envuelta para regalo comprometido -con fecha de caducidad-. La discoteca ambulante es posible gracias al mp3 y las descargas musicales de a 0,30 Euros la canción. Los creadores de este tipo de consumo son los causantes de la controversia que el download ¿pirata? ha despertado; los mismos que regalan miles de canciones sello SGAE si te conviertes en cliente suyo. Fue el primer paso para cargarse la industria musical dentro de un mercado regido por ellos.
La SGAE: absurda nomenclatura que da a los ricos y niega a los pobres, dista poco de la nomenklatura escrita con K de KGB. ¿Llegará a cobrarnos por las canciones que cantamos en sueños?
La melodía, en los albores del siglo XXI, reutiliza lo existente, altera el tempo, se reproduce como una ameba artificial y se vomita dentro de una coctelera digital. Nadie protesta ante esta manipulación genética de la música. Aún así, sigue amansando a las fieras.
El purista, acusado de carca, sigue apreciando el roce de la aguja con punta multirradial sobre el vinilo. Un roce que recuerda ese romanticismo clásico nacido de la terna Edison-Berliner-Marconi.
La música nos acompaña allá donde vayamos: cantamos de felicidad, hay canciones de desamor grabadas en el pecho; letanías de la fórmula musical en el despertador y durante la siesta encapsuladas en los números uno por efecto repetitivo.
El silencio nos aburre, la espera se convierte en una gramola de canciones guturales improvisadas. El pie anónimo marcando el paso durante la espera en un estación, un paraguas punteando el suelo, tarareos inventados. La vida diaria es constante fuente de inspiración sonora.
La cola del paro, la del cine, en el supermercado, el vuelo que se retrasa, o las lecturas del periódico en el metro producen sonidos copyleft.