Los artistas están destinados a no tener patria. Su legado universal les obliga a sumergirse en este errar de extensión universal. Caminan con su arte rompiendo las fronteras de la razón y abriendo espacios a la solidaridad. Anthony Ocaña es un pregonero de las cuerdas adosadas a un cuerpo de mujer. La guitarra actúa como una prolongación de sus extremidades y de su sentimiento. Si a los dieciocho años tenía clara la intención de plasmar su talento en las notas que salen de este instrumento, un año más tarde, Gonzalo Rubalcaba (pianista de jazz y ganador de varios premios "Grammy") advierte un potencial que no deja escapar, invitándole a ser arreglista en sus conciertos y composiciones. Cuando se sienta delante de una guitarra, despliega un abanico de colores sónicos que sólo se pueden admirar en su pleitud cerrado los ojos mientras nos dejamos llevar por el calor de su música.
Nunca viaja solo: le acompañan sus guitarras de seis y diez cuerdas; procesa sus sonidos a través de delays y loops cargados de inspiración y magia. Sus composiciones fusionan mundos tan distantes como el andalusi y el brasileño, los ritmos caribeños con los árabes. La utilización del loop electrónico abre vías de exploración sin perder la esencia clásica. Amante de la música que rompe la uniformidad académica bajo un estilo sencillo, invita a caminar por las estrellas, a ver en la noche y a dejarse atrapar por el fuego de sus guitarras.
La guitarra es su corazón, su alma femenina, un cuerpo deseado y admirado. Las formas sensuales de este instrumento se funden en caricias íntimas al son de "Improvisos", que lleva dedicatorias con nombres propios (Heitor Villalobos, Michel Chano, Anouar Brahem, Egberto Gismonti) y divertimentos saltarines. La exprime hasta el último aliento y extrae su energía desde lo más profundo de su ser; lanza gemidos expresivos como si se tratara de notas sensoriales. Cuando toca la guitarra, habla susurrándole y acariciándo su cuerpo de madera. Su respiración, fusionada con el sonido instrumental, genera erotismo. Una vitalidad que se acrecienta cuando la golpea, acaricia su lomo, embiste su espalda, rasga su vientre y besa las cuerdas con sus manos. Los sonidos se convierten en canción de aire voluptuoso. Libertad y creación, amor y odio entre ambos.
Los sentimientos expresados en "Framboyán" exigen una interiorización. No es música de fácil comprensión: el autor busca intimidad, cercanía, conexión. Su romance con el violonchelo se escucha como una banda sonora fresca y dulce.
La música de Anthony Ocaña posee la magia de ir atrapándote con un abrazo lento. Juega al hechizo del enamoramiento sin palabras. El cortejo entre los instrumentos es un lenguaje que el oyente ha de "resignarse" a disfrutar: violín, violonchelo y guitarra se amaron entre sí en el Ateneo.