El 23F de 1981, la monarquía española sufrió un golpe importante como estructura política. El reinado de Juan Carlos I se sustituyó por el reinado de la tensión. El monarca emérito se puso al timón de una embarcación felliniana para asegurar que la nave va. El virus llamado Tejero estaba siendo controlado. Sus palabras, engalanadas con uniforme militar, dieron a entender que íbamos a ganar esta batalla. Su hijo, y sucesor, se ha visto en una tesitura similar ante la amenaza de un virus capaz de movilizar al ejército. El COVID-19 nos ha sometido al encierro preventivo golpista. La diferencia con el puñetazo del teniente coronel rebelde es que el coronavirus se ha extendido a nivel mundial. El pueblo no ha dejado de expresarse para contrarrestar el encierro, despertando la originalidad comunicativa. Los políticos nos han bombardeado con partes diarios. ¿Y el rey ?
Felipe VI ha presentado cara al coronavirus dándonos caramelos cargados de azúcar solidario, fatales para el confinamiento inmovilizador. Sus palabras fueron tapadas por la cacerolada diaria en favor de la sanidad, hoy más sonora y multitudinaria. La gente volvió a usar las ventanas para proyectar el descontento contra palabras tardías, y silencios palpitantes, en una alocución infantil. Los mensajes de agradecimiento desplegaron una épica teatral estudiada. Los ciudadanos permanecimos con el puchero en las manos ante palabras huecas y otras que no se pronunciaron. Quizás no era el momento, dijeron unos; desaprovechó su oportunidad, gritaron otros refiriéndose al caso reciente que salpica a los Borbones. La familia saudí donó a la hucha privada de Juan Carlos 100 millones de euros en comisión por negocios empresariales: un caso turbio que pone a Felipe VI como segundo beneficiario. Tras este escándalo, ¿llegó el momento de dar la cara? Su microdiscurso televisado fue más informal que los paternos.
¿De qué sirve retirarle la paga anual (194.232 euros), dividida en cómodas entregas de 16.166 mensuales, y renunciar a la herencia futura si esta acción carece de efectos prácticos hasta que el padre muera, o sea: Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias? Ni una palabra al respecto. En el lado positivo, el discursillo recordó menos a los que el dictador ofrecía por Navidad.
El PSOE respeta las Instituciones, el sector monárquico se ha puesto firme ante una alocución que el pueblo ha calificado de tardía y castrada en su contenido. Todos recordamos la intervención de un rey que actuó como un niño arrepentido ante las cámaras de televisión pidiendo perdón por sus cacerías en Botswana.
El mensaje de Felipe VI fue parco, con intenciones empáticas y distante en el contenido. Con la falta de EPIs, mascarillas, guantes desechables, gafas de protección, trajes de aislamiento, desinfectantes, jabones o gel antiséptico que se necesitan, esos millones de euros no hubieran venido mal. El apoyo humano ya lo hemos conseguido. El rey estuvo firme en su papel de caricatura con una intervención llena de inteligencia sibilina. El abucheo se repartió entre padre e hijo. El ruido recordó la resonancia de las palabras que Juan Carlos I dirigió a Hugo Chávez, en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado.
El afecto de las palmas dedicadas al colectivo médico, sincronizado por el cronómetro de la cohesión humana, sonó con estruendo fallero. La confianza ha sustituido a las alarmas sin bajar la guardia. Ventanas, terrazas y balcones proyectaron la voz de un agradecimiento sincero.
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