El libro homónimo de Louis Pergaud fue escrito durante un periodo histórico cercano al belicismo contemporáneo que supuso la I Guerra Mundial. Después de que en 1962, Ybes Robert llevara a la gran pantalla la primera adaptación de su libro, Christophe Barratier dirige una nueva versión de este clásico literario. El director francés ilustra con imágenes la agresividad humana como valor en el niño; un sentimiento que lo acompañará toda su vida. El cineasta galo repite el guión expresando la ternura de un cuento aplicable a la realidad histórica. Pergaud no sirvió en la Primera Guerra Mundial con espadas de madera, como se baten sus protagonistas. La publicación de “La guerra de Los Botones” en 1912 fue su testamento antibelicista tras morir, tres años más tarde, en la batalla de Woëvre. El enfrentamiento entre los críos de dos pueblos vecinos (Longeverne y Velran) esconde el patetismo de la segunda contienda mundial. La actualización histórica de Barratier nos acerca al dominio invasor nazi sobre Francia. El mundo de las guerras adultas recibe un tratamiento amable. La lucha es un gen heredado por las épocas.
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Los niños de Barratier juegan a defenderse de sus enemigos cercanos; se envalentonan frente a otros chiquillos mostrando su poder. La proximidad les incita a la lucha; establecen la frontera virtual del bosque en su visión del mundo. Territorialidad y acecho molesto: cuanto más lejos, mejor. Con este enfrentamiento, se ríen de sus mayores por medio del comportamiento aprendido en el entorno. Demuestran que ellos también pueden ofrecer batalla con sus medios y a su manera. ”La guerra de Los Botones” se mofa del comportamiento adulto hasta avergonzarlo. Se muestra una lucha por honor, ancestral y sin tregua; violenta y pedagógica. La finalidad de este enfrentamiento persigue la vergüenza del enemigo. Como toda guerra, se defiende el patrón jerárquico de mando donde no puede faltar la figura de jefecillo autoproclamado; es el protector del grupo bajo su paraguas partisano.
La ley del más fuerte crece entre niños con corazón. La solidaridad y el saber perder también forman parte de este juego pugilístico y ladrador. La pandilla ocupa un lugar básico donde fidelidad y traición se besan en pacto fraternal. El desprecio levanta lo más despiadado de quien hasta hoy fuera amigo. La pandilla sigfigica la huída del enforno familiar desconsiderado, el fortalecimiento del servicio hacia una causa; la hombría. La escuela funciona como el segundo núcleo activo de relación social.
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Los niños representan el modelo de una sociedad. Son la avanzadilla del futuro. Barratier, quien ya se enfrentó a críos en “Los chicos del coro”, los ha convertido en parte de la historia. El otoño que se cierne sobre el Franco Condado cierra etapas y abre esperanzas; brinda nuevos amores y despierta antiguos recuerdos. El paso de la niñez a la adolescencia va madurando a fuerza de golpes. Las estampas deliciosas se encargan de edulcorar un panorama bélico mientras la resistencia adulta se organiza a escondidas, bajo el silencio de la complicidad patriótica.
Las guerras se nutren de excrementos arribistas para infiltrarse en el corazón de la sociedad invadida. Son peronajillos títere decididos a olvidar su niñez para hacerse hombres con urgencia. Una farsa en aras del uniforme que no les identifica; son peones de una ideología que sólo busca chupar su sangre hasta deshacerse de ellos. Lástima de ver cómo la niñez se deja intoxicar por una prepotencia fantasmal. |
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Los galones se han convertido en botones. Un corazón de Braveheart engendrará guerreros dispuestos a la conquista en una nueva Guerra del Peloponeso. Los recuerdos de Pergaud afloran dentro de esta fábula tierna. La contienda esgrimida por Barratier desarrolla un escenario latente donde la figura del ganador o perdedor es secundaria ante el botín. |
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