¿Qué se consigue con este sueño trasnochado? Un efecto soporífero que, en la realidad, alimenta las mentes del niño. Un atropello a los chavales, que por narices, tienen que estar alelados por el mundo del balompié. Es una aspiración que minimiza su comportamiento.
“El sueño de Iván” representa una plataforma publicitaria de primer orden para marcas que nos dañan el cerebro con su insistencia repetitiva, para las que trabajamos y que no regalan nada. Logos y más insignias: escaparate esponsorizador. Se huele de dónde le ha salido la financiación a esta cinta solidaria. La Historia nos ha enseñado lo positivo de resaltar el deporte y desarrollar el potencial humano de la competición. Aquí se atora en la condición de pastiche noticiero, suspendido en la cuerda de lo circunstancial. Baile de figurillas (entrenadores, presidentes, asistentes, antiguas figuras) que ocupan pantalla subidos en la comicidad llorosa. Niños: las estrellas, aspirantes a cumplir un sueño inalcanzable, presas de amoríos; combinado internacional de pequeñas estrellas envueltas en un patético protagonismo. En fin, un homenaje a la nada vacía.
Los niños son el Dream Team de los sueños; sus rivales, un Dream Team de galácticos que prestan su nombre a una causa benéfica. Ambos: estrellas por un día.
“El sueño de Iván” pretende resaltar la los valores deportivos. Los elegidos son producto de una criba salvaje. La competitividad subyace. La selección implica competitividad. La comunicación entre sus protagonistas es ridícula; fallos interpretativos dentro de una torre de Babel en edad de crecer. Película coja. La sombra futbolista de Fernando Tejero en
“El penalti más largo del mundo” cambia el balón por el micro. Junto a Gallardo (Erneto Alterio) hacen un homenaje disparatado al futbolista, y mejor comentarista deportivo mejicano de todos los tiempos,
Raúl Orvañanos. La nostalgia envuelve la película con el Estadio Azteca: se recuerda la final de
1970 y la de
1986.