Se nos invita a viajar con imágenes hacia un destino cuya existencia depende del azar. Navegamos entre las paredes de la arquitectura vasca y sus nombres propios; el cielo, sus rocas, el aire, el recogimiento. Las voces, cada vez menos, de quienes recuerdan el pasado con fuerza de presente. El camino, a parte de encontrarnos con gentes variopintas, nos descubre la genialidad escondida por Man Ray.
Emak Bakia dicen los vascos cuando la compañía resulta molesta; una expresión con fuerza sonora y color lugareño; también identifica el deseo de un artista buscando la soledad con la esencia de su obra. Man Ray quedó cautivado por este entorno, bajo la magia del cielo del País Vasco francés.
“Emak Bakia” se titula la cinta que Man Ray filmó aquí en 1926; Emak Bakia es la puerta hacia la luz en un curvilíneo camino que trazó en sus películas. Imágenes con intención visual provocadora, sin moldes, abiertas a la crítica, amantes del concepto sin funcionalidad. El amor por el trabajo solitario en busca de libertad, alejado de una intención económica. Man Ray nunca entendió al arte como negocio sino como inspiración hedonista para alcanzar el placer en sus obras.
La sonrisa de un payaso, la mirada de ancianos, vestigios de la aristocracia rumana: todo esto es
“La casa Emak Bakia”Una metáfora del tiempo estático.
Junto a las imágenes de Man Ray, la música de
Migala busca el sonido del lugar y la inquietud de
Rúper Ordorika ahonda en la tradición.
La tenacidad del director, y la creencia en su proyecto, lo conducen hacia el descubrimiento de fuentes que revelan la existencia de esplendor y decadencia en esta casa: desde lo palaciego hasta su conversión en aposento militar, del que sólo quedan las piedras como testigos. Son paredes que atesoran posos de cultura y secretos sin desvelar.