El hombre sucumbe ante la inseguridad de su propia imagen. La vacilación masculina se instaura en nuestras retinas desde el primer fotograma dentro de una análisis social rebosante de comicidad. La magistral sencillez que Ricardo Darín nos regala con su mínima presencia define una condición masculina marcada por la desconfianza y el celo posesivo. Ambos son aspectos definitorios del posicionamiento social en el que lo masculino ha instaurado su poltrona. Su frescura, y agilidad interpretativa, borda el papel encomendado. Cualidades que sitúan a la nueva película de Cesc Gay dentro del cine particular que rompe con moldes políticamente correctos. El resto de actores la convierten en una película coral apta para el disfrute del público masivo.
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El realizador catalán ha basado las confesiones de ocho hombres, el eje de su cinta, en diálogos frescos, generadores de situaciones cómicas y cotidianas. A la vez que divierten, sugieren una crítica al rol del hombre en su entorno social. Despierta la autocensura; se pierde el miedo al ridículo; derrumba la figura el macho peleón. El guión, hilvanado para desterrar este mito, está planteado en forma de sketch, reflejo de lo cotidiano. “Una pistola en cada mano” tiene madera de ser una película realizada entre amigos para un público amigable con personajes centrados en su papel que no dan pie a la improvisación.
El apartado masculino se encuentra perdido en donde la parte femenina lleva las riendas sin proponérselo. Ellas ganan batallas renunciando a la guerra de sexos. No les interesa seguir el juego de la confrontación sexista porque no es su manera de hacer ver la realidad. Película de digestión rápida, caótica, cómica y acertada; existen celos, infidelidad, ganas de reconciliación con espacio para la picardía y lo femenino. Sin perder la sonrisa, el encanto femenino se sirve en bandeja fría. ¿Venganza o falta de costumbre?
Se retratan dos universos paralelos que hablan idiomas diferentes en cuestiones del corazón: la mirada infantil y la madurez. Distintos y paralelos. El hombre carece del entrenamiento emocional que le permite mostrar sus sentimientos. El hombre es más vulnerable que la mujer (no lo reconoce), quien permanece en un segundo plano dominado bajo un control inteligente. Es una cuestión educacional y cultural. Mientras que el hombre se muestra torpe hablando con su corazón, paradójicamente la verbalización de los sentimientos es mayor en él. La mujer se muestra como elemento comprensivo que no entra en conflicto. |
A través de los diálogos y abrazos se comparten esperanzas, desgracias; las miradas dan complicidad, trasmiten ridículo e inseguridad. El hombre se ve obligado al replanteamiento de una vida que hasta ahora veía controlada mientras que la mujer se enfrenta a las crisis con una sonrisa. No es la típica película encargada de airear las diferencias entre hombres y mujeres. |
