En España, tras casi cuatro décadas de sequía democrática y siete años de Transición, 1982 supuso un punto de inflexión en su mapa político. La llegada del
PSOE al poder se contempló como un factor de aperturismo entre la ciudadanía. La mayoría absoluta conseguida por el Gobierno de
Felipe González abre un amplio espectro de libertades. La juventud de clase media se convirtió en el motor para que este giro ideológico surtiera efecto. Los herederos de la alta burguesía franquista reconvertida se suman a las filas del nuevo bautismo político.
El entusiasmo de una población joven que se atreve a romper con el pasado circula por
“El futuro” entre humo y alcohol, desinhibido.
Luis López Carrasco reproduce el abrazo a la nueva libertad bajo un mosáico de estereotipos que se pierden entre el ruido colectivo de la incomunicación, como si se tratara de una radio mal sintonizada. Esta borrachera generalizada de felicidad no piensa en un futuro; vive el presente observado de cerca por el agujero negro del mañana. Galopa sin rumbo, pendiente del momento en lo que parece una fiesta clandestina.