El término low cost (o bajo coste) se encuentra hermanado con la idea
do-it-yourself, proveniente del movimiento punk. Una actitud basada en la supervivencia cuya finalidad está focalizada en abrir nuevos canales de divulgación cinematográfica. Se huye de la trampa que esconden las subvenciones, apoyando un mecenazgo plural. Tampoco hay que ser cínico: mejor apadrinado que huérfano.
Frente al cine competitivo, los baratometrajes buscan la compartición de ideas, de economía, de técnica e ilusión. Todos han sabido exprimir el potencial de un nuevo vocabulario. Twitter, blog, Facebook, You Tube, Vimeo, crouwdfounding o coworking.
La industrial oficial masacra a los creadores idependientees, las instancias culturales masacran a la cultura. Es una realidad que hemos de asumir pero no aceptar. En el documental se lucha de manera civilizada contra esta lacra. No se dejan de lado temas sangrantes como el IVA cultural (ese 21% maldito), el papel de la SGAE no queda definido.
Antón Reixá, su anterior presidente, se limita a exponer, de manera diplomática, una realidad que todos conocemos. Sin mojarse.
La piratería palpita como inmigrante bien acogido. El top manta se ha convertido en otra gran plataforma para estas obras marginadas. Sus defensores abogan por una libertad cultural sostenible aunque también es justo que se remunere el trabajo bien hecho. El cine de bajo coste lo impulsan salas alternativas que buscan fidelizar a un público exigente.