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CONCIENCIAS DESNUDÁNDOSE
Película Regreso a Ítaca
J. G.
(Madrid,
España)
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La gente deseosa por salir de Cuba miraría con recelo y cariño la película "Regreso a Ítaca", entonando por lo bajo la canción de Celia Cruz. Supone la vuelta a una tierra que lleva implícita en su alma el color de la sonrisa habanera. Es la confesión de un regreso basado en la nostalgia caribeña y el ansia de afrontar los temores que se han convertido en parte de su espíritu amable. Las conciencias se desnudan en una azotea de La Habana al calor del ritmo isleño. La ristra de recriminaciones sale a la luz en este reencuentro revelador, donde los careos acaban confraternizando con la melancolía del tiempo pasado y la ingenuidad juvenil. El regreso de Amadeo representa, o en un principio parece representar, la antítesis del emigrante gris que huyo del país por miedo. El exiliado voluntario se convierte en marginado envuelto de añoranza por la patria donde el régimen político le obligó a excomulgarse antes que traicionar a un amigo. Laurent Cantet se introduce con su mirada silenciosa en la oscuridad de las frustraciones, los sueños y las decisiones que hacen daño con precisión de bisturí. Los dramas individuales se sinceran entre interrogantes convertidos en pesadillas calladas pero no mudas, obligadas a fingir su presencia excepto en el ostracismo del silencio individual. |
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Los amigos se reúnen en una bacanal de marginados que buscan el festejo del regreso. Una manera de acallar las penas, deseosos de convertirse en los portavoces de un presente y pasado sombríos. “Regreso a Ítaca” es cine interpretativo de alto nivel, treatralidad que mezcla lo dramático con gotas de comicidad, crítica política y ganas de soñar. Es vida. |
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El aire festivo de la primeras imágenes, bajo la potente música de Fórmula V, describe un entorno anclado en el pasado, en el tercermundismo, donde la alegría invade ese aroma deprimente de La Habana a vista de pájaro. Se crea un universo particular lleno de excesivo jolgorio verbenero y peligroso dialogo en el que el recuerdo solapa el disimulo de la realidad. Desde los primeros minutos, esta terraza toma el poder de la acción y se muestra inamovible como un castillo sin señor ni vasallo, a salvo de invasiones. Los pobladores de este reino anárquico, en forma de barco pirata sin timonel, representan el sentimiento humano de una nación que navega sin rumbo: Cuba. Es el mundo perfecto para la risa, el ron y el acento de jolgorio cubano, con esa jerga tan particular y, en ocasiones, enfermiza. Las palabras se concatenan, creando frases de hilarante complicidad. El relajo de sus participantes va en aumento y la tensión se cierne sobre este buque fantasma de la libertad anticastrista. Son abanderados del liberalismo emocional dentro de una sociedad que sólo permite la sonrisa cuando se recuerda a los que ya no están. En el fondo, los amigos de Amadeo son vísceras del tiempo que se dejan devorar por los buitres del auto engaño cobarde. Se han acomodado en una autocomplacencia inconformista. Cínica. |
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El argumento se adhiere a la atención del espectador como una boa sigilosa atacando la yugular. Su intensidad de lengua bífida atrapa de manera progresiva, incrementando fuerza y suavidad entre giros de atracción hipnótica. Sensual y violenta en las convulsiones, directa en la intención. Efectiva. Envuelve la pantalla con una tela transparente a modo de visillo abierto ante una intimidad desvirgada.
Los giros dramáticos comienzan a mostrar sus garras frente a la indefensión del espectador, al que no le queda más remedio que rendirse ante la fuera de su violencia cautivadora; multicolor. Amor, dolor, renuncia, sueños rotos, exilio, amistad, miedos, valentía, retroceso, silencio, grito silenciado, extenuación, calor sofocante. Cuba en mi corazón: aquí y allá, ayer, hoy y siempre.
La fuerza de “Retorno a Ítaca” se apodera del momento para ir creciendo en una crítica salvaje a través de los diálogos. Esta charla familiar se torna en afilada sucesión de lágrimas verbales. El desfile teatral de los sentimientos se convierte en marca registrada de un metraje que sube la temperatura en cada frase. Las palabras destapan comportamientos , descubren cobardías, impotencia. Quien marchó y decide regresar se enfrenta a quienes no quisieron dejar la isla; quienes decidieron afrontar la realidad sangrante malinterpretan al que huyó porque así lo exigía el momento. Los miedos y las frustraciones se destapan bajo una conversación que se torna en críticas y autodefensa. ¿Quién fue el cobarde y quién tuvo un atisbo de valentía? La sencillez de sus imágenes no esconde la crudeza de sus argumentos, donde, poco a poco, van saliendo, como capas de cebolla, las mediocridades de cada uno. Mediocridades respaldadas por un sistema político que convierte a las personas en piezas de un rompecabezas omnipotente y alienante llamado Estado. El Estado cubano. En un ambiente familiar, la queja sobre a la realidad política y social de la isla cocodrilo brilla por su inteligencia expositiva, llena de sentimiento. |
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Unos deciden regresar y comenzar en Cuba mientras que otros, reprochan ese regreso. El cruce de acusaciones alimenta la fuerza de “Regreso a Ítaca”. Las palabras de Amadeo actúan como segundo ojo que permite ver la realidad desde fuera, con objetividad; donde el corazón despliega su voz impactante. La crítica ajena da paso al reconocimiento de las propias miserias, de que los que se quedaron viven la misma prostitución que el que se fue. Todos han sido manoseados por el mayor de los proxenetas: la vida. Unos dejándose corromper por el Sistema, aceptando sus sobornos, robándoles los sueños sin que les arrebataran la vida; otros, sacrificando el presente en busca de un sueño o la supervivencia. Este reencuentro abraza almas distantes pero no alejadas bajo una confesión entre amigos que se atreven a abrir el corazón y aceptar sus errores. |
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