El título del último trabajo que Nicolas Winding Refn presenta da pistas sobre su contenido, lleno de glamour y una belleza tan salvajes como artificiales. El director danés organiza un paseo virtual por una
Fashion Week inventada sin más patrocinador que las ganas de retratar la vanidad del canibalismo o la imaginación del cine independiente. La estética corporal y el culto al cuerpo femenino iluminan
The Neon Demon con destellos de hechizo demoniaco. Las caras juveniles no dudan en vender su alma al diablo para alcanzar la cumbre apolínea sobre tacones de vértigo. La mujer se entrega al ritual de prolongar la perfección física con interés profesional. La sociedad nos ha acostumbrado a su presencia inmortal. Seducción y juventud es un binomio codiciado por musas y creadores (publicistas y fotógrafos excéntricos que se creen más artistas contra más raros sean). Esta dualidad perversa excita el odio hacia el éxito ajeno. En el otro extremo de la cuerda está la inocencia de quien busca triunfar sin hacer daño. Una convivencia incómoda no escatima miradas siniestras en un metraje singular. Los ambientes sofisticados comparten protagonismo en una chica de provincias abriéndose camino por el mundo insaciable de la pasarela.
The Neon Demond es rompedora porque enfrenta polémica y reflexión, tontería y armazón moral; desestabilizadora como lo fueron, en su momento, las
latas de sopa Campbell, de Any Warhol, y hoy siguen conceptuándose como referente del arte pop.
The Neon Demon también reproduce un orgasmo que a todos no llega con la misma intensidad.