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MEDIOCRIDAD ZOMBI
Película "Tren a Busan"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Las películas de zombies, siempre con la misma traca, se parapetan orgullosas en su mundo lobotomizado de vísceras calientes y andares descoyuntados. El hastío que proporciona este contexto repetitivo sólo ha sido innovado por la imaginación de John Landis en el vídeo “Thriller”, y la rítmica conversión licántropa de Michael Jackson. Yeon Sang-ho, amparado en la acción incansable que sólo produce una borrachera vomitiva, lanza un órdago a este género B. Quiere dar un giro al terror convencional de monstruos sonámbulos, decantándose por la cabezonería paranoide del muerto viviente, buscando su madurez en la asfixia conceptual. Las buenas intenciones campan sobre “Tren a a Busan” con más pena que gloria. El coreano se bautiza en la imagen real mientras insufla esperanza a un argumento simple, efectivo en su vulgaridad y pegajoso, con suficientes sospechas como para pensar que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. |
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El realizador de “Seoul Station”, inicio de este viaje tóxico, es innovador al no centrarse en el mondongo destripado, inherente al universo zombi, pero tampoco aporta elementos interesantes que hagan de su película una apuesta arriesgada, rompedora de moldes en esta dinámica semi tétrica. Sin ánimo de lastrar un carrera que comienza fuera de la ficción, “Tren a Busan” explota el cine de terror secundario, enfocado como producto de entretenimiento. Las pinceladas de dramatismo humano surgen en forma de perlas interpretativas gracias a la joven Kim Soo-an, una niña natural y creíble; el resto es acción repetitiva, ausente de pánico psicológico. Sólo ella es real en este baile epiléptico, cuyo rostro mezcla dulzura y terror con un naturalidad gigante. Los rasgos humanos de sus personajes arquetípicos, entre los que destacan secundarios eficaces, se apoyan en el tinte apocalíptico de un argumento que, sólo en lo contextual, busca acercarse a “Snowpierce” sin conseguirlo. |
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Yeon Sang-ho, aunque no se ceba en el zombi carroñero, sucumbe ante el sensacionalismo de persecuciones hipnotizadas por el peso de la muchedumbre esquizofrénica, ahuyentando al sobresalto adulto.
Las miserias individuales, crecidas en el egoísmo, no pueden subsistir aisladas en este entorno de claustrofobia ferroviaria. Las víctimas se convierten en una comunidad solidaria que busca la salvación, donde no falta la oveja díscola remando a contracorriente. Defectos y virtudes luchan por sobrevivir en un entorno egoísta. Los mamporros a diestro y siniestro fabrican una atmósfera con sabor a Super Mario mientras se adueñan de la situación gracias a su lógica monocromática.
El tren KTX, disparado a 400 kilómetros por hora, se convierte en un misil abandonado a su suerte; sus vagones, en calles pamplonicas acosadas por la onomatopeya repetitiva de astados balbuceantes.
La acción incansable de “Tren a Busan” es la gasolina que impulsa un viaje mareante por la supervivencia de unos pasajeros atrapados en lo insulso de un trayecto circulando por una vía muerta. |
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