Igual que la fábula de María, la gaviota, las 6 protagonistas de
Akelarre no pudieron esperar a que las alas les crecieran para volar y seguir el rastro de los marinos hasta Terranova. Las convirtieron en brujas antes que tratarlas como mujeres. La película de Pablo Agüero no ignora la fantasía, abre las puertas al lado oscuro de la Historia y da la bienvenida a la imaginación. El mundo de la brujería es acosado por la
Inquisición como carruaje de la muerte que persigue una evidencia que no pudo explicar. La tensión se incorpora como parte esencial del cuento negro sin sobresalir; permanece como un elemento más del relato visual que no busca sorprender. Por lo visto,
satán se había desmadrado en el siglo XVII en España y los cazadores de infieles se volvieron locos en su captura. Esta montería rastreaba bailes de erotismo maquiavélico e hicieron del folclore una gran misa satánica. La congregación de musas terrenales con Belcebú a la luz de la luna brilla por su ausencia. En
Akelarre todo es más simple. Había que buscar víctimas que calmaran el hambre de ajusticiamiento religioso y qué mejor manera de aplacar este desfogue que centrarse en mujeres jóvenes cercanas a la adolescencia, incluso niñez, con traje de revolucionarias sexuales y morales.