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CINE Y ESPECTÁCULOS
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BRUJAS PAGANAS Y BRUJOS RELIGIOSOS
Película Akelarre


J. G.
(Madrid, España)

Akelarre
Ficha Técnica Video    
Igual que la fábula de María, la gaviota, las 6 protagonistas de Akelarre no pudieron esperar a que las alas les crecieran para volar y seguir el rastro de los marinos hasta Terranova. Las convirtieron en brujas antes que tratarlas como mujeres. La película de Pablo Agüero no ignora la fantasía, abre las puertas al lado oscuro de la Historia y da la bienvenida a la imaginación. El mundo de la brujería es acosado por la Inquisición como carruaje de la muerte que persigue una evidencia que no pudo explicar. La tensión se incorpora como parte esencial del cuento negro sin sobresalir; permanece como un elemento más del relato visual que no busca sorprender. Por lo visto, satán se había desmadrado en el siglo XVII en España y los cazadores de infieles se volvieron locos en su captura. Esta montería rastreaba bailes de erotismo maquiavélico e hicieron del folclore una gran misa satánica. La congregación de musas terrenales con Belcebú a la luz de la luna brilla por su ausencia. En Akelarre todo es más simple. Había que buscar víctimas que calmaran el hambre de ajusticiamiento religioso y qué mejor manera de aplacar este desfogue que centrarse en mujeres jóvenes cercanas a la adolescencia, incluso niñez, con traje de revolucionarias sexuales y morales.
 
'Akelarre', el baile de mujeres que no llegaron a ser brujas  
Ana (Amaia Aberasturi)
La idea del pensamiento único y las religión monoteísta absorben la sangre con dogmas perdidos en su ignorancia. Las reuniones ante el fuego pagano de la tradición no recurren a la bataola simple que excita a las lenguas muertas. Resulta que bailar en el bosque o lanzarse a la aventura de la excursión amistosa es delito para una mente obtusa que soluciona los problemas molestos con la dictadura de la torpeza. Ese instinto de carnicería clerical desvela intenciones cercanas al clímax de un juez calentorro, hundido en la confusión existencial. Disfruta siendo abducido en un juego que persigue sometimiento. El conocimiento del sabbat busca su ceremoniosidad libresca para asustarse ante lo empírico. La fotografía oscura ilumina un decorado nocturno, encarcelado en la tortura, capaz de conjugar lo terrenal con lo espiritual. Detrás del aspecto más conseguido se encuentran las credenciales de Javier Agirre, avalado por su trabajo en La trinchera infinita, Handia, Goya a la Mejor Dirección de Fotografía o Loreak. Los encuadres preciosistas ahuyentan al realismo sucio propicio en la temática; su uniformidad regala láminas de agrado visual.
Las 'culpables' durante su encarcelamiento  
La fotografía es uno de los puntos más logrados de este largometraje

Los representantes de la jerarquía moral interpretan un sainete negro con prepotencia analfabeta. La condena hacia lo desconocido es su testamento. El perseguido piensa en su salvación a través del ingenio: Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Que mejor idea que inventarse un cuento por cabeza para ganar tiempo al castigo, desde haber asesinado a marineros hasta copular con Lucifer.
La fortaleza de Akelarre analiza cómo las culpables sortean la suerte al urdir cuentos, como recurso final, a modo de Sherezades vascas. El largometraje hace del misterio una necesidad para avanzar en una persecución con final conocido. La confesión pierde importancia frente a la necesidad de encararse con el rito inaccesible y participar de una ceremonia seductora con su atractivo sexual. El juego del ardor se impone al maltrato del exterminio eclesiástico.

J. G.


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