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DEMASIADO SIMPLE PARA TOMARLO EN SERIO
Película La abuela


J. G.
(Madrid, España)

La abuela
Ficha Técnica Video    
Los guiños iniciales al paso del tiempo prometían intriga elegante. La vejez con olor a Channel aumentaba la comodidad nerviosa, ante una inmovilidad acelerada, hasta quedarse en colonia de barrio. La muerte cerebral con forma de mujer anciana recorría una casa museo donde los recuerdos flotan y la sensación de juventud eterna olía a rancia. La abuela conduce la curiosidad por un camino atractivo, inicialmente, debido a la relación generacional que una enfermedad obliga a establecer. El contacto repentino entre senilidad y juventud, emplazada en lo alto de una carrera atractiva como modelo, abre un mundo desconocido, a caballo entre lo real y lo inesperado. Lo sutil se esfuma hacia el terror convencional donde el escenario juega un papel clave para remarcar un aire asfixiante, que no llega a ser mortal. La deriva al producto de consumo masivo tuerce cualquier expectativa de interés estremecedor. Miradas y estruendos desconcertantes abonan el terreno para el terror serio que nunca cuaja aunque la preparación escénica se vuelque en la intentona. El miedo se entrega por fascículos, el ruido oscuro forma una estructura autónoma capaz de gestionar pánicos y deseos de manera independiente.
 
Pilar, la abuela (Vera Valdez)  
La abuela vigila el mundo a través de una ventana en forma de visión fasntasmagórica
El prólogo parisino propone un arrimo que termina por cansar a base de sustos con inhabilidad imaginativa. El relato posterior al percance desata premoniciones conocidas, angustias incontroladas, sobresaltos que el papel de Almudena Amor tiene que creerse para dar el tipo y que Vera Valdez, metida en el papel de abuela maldita, sabe explotar. El encuentro del cariño con arrebatos de maldad mecánica desespera sin conmover. La artificiosidad alcanza un clima de falsedad.
La vida es un reloj de arena que se vacía lentamente sin posibilidad de voltearlo para que la ampolleta vuelva a contar los segundos en caída libre. El instante afecta de distinta manera a una mujer con demasiado kilometraje y una juventud convertida en cuidadora imprevista. La sintonía entre envejecimiento y soledad es auténtica; lo que viene a continuación, un edulcorante para desengrasar el motor de un drama terrorífico vacío y fallido. El amasijo de piélagos guerreros con resortes fantásticos y comunicativos actúa como cable conductor de una resistencia que se niega a abandonar el cuerpo.
El mundo de los espejos intercala rostros entre Pilar y Susana, dentro de una película que utiliza este recurso con frecuencia  
Susana (Almudena Amor) tumbada junto a su abuela

El guion funciona mientras mantiene la tensión de lo rutinario, se rompe cuando busca los tres pies al gato con intenciones resucitadoras. Los contenidos argumentales ni atemorizan ni sobrecogen; aburren por su infantilismo. El juego de los espejos con intenciones claustrofóbicas agota pronto, los impactos y estridencias conocidos se reproducen con intensidad obligada. La oscuridad es poderosa, la música desangelada. El amor por un familiar cercano en el corazón se torna en pesadilla cuando este sentimiento rivaliza con la impotencia que genera su acoso violento. El miedo posible está en la incertidumbre de saber si la abuela se mantiene viva con intenciones de hacer la vida imposible a su nieta o es una respuesta automática a su demencia. Sólo el oscurantismo ambiental y el cuidado de una fotografía limpia en su suciedad visual mantienen las milésimas de tensión estresante. Lo que podría haber sido un enfrentamiento más maduro y macabro se reduce al gesto de una nieta que cada vez teme más a su abuela.
La simplicidad de una acción paupérrima en horror no reflexiona sobre la vida y el peso de la muerte que no se despega de la vida, la obligación del cuidado familiar ante la vejez, los efectos acelerados de un enemigo invisible. La abuela es más chistosa que auténtica mientras el espejismo de la juventud eterna quiere poner punto y seguido a un escalofrío forzado.

J. G.


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