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VENECIAENSANGRENTADA
Película Veneciafrenia


J. G.
(Madrid, España)

Veneciafrenia
Ficha Técnica Video    
Como todos tenemos derecho a meter la pata para superarnos en el trabajo posterior, nada se le puede reprochar a Álex de la Iglesia en Veneciafrenia. Nada que no se extienda más allá de la locura barroca con guiño operísticos y mucho acento carnavalesco. Lo nuevo del director bilbaíno parece bienintencionado; se lanza al vacío de un caos abocado al fiasco, con sello de la Iglesia, a no ser que el espectador se sienta seguidor incondicional del cineasta vasco y sus paranoias. Las andanzas farragosas están cubiertas de rojo, más carmín que sangriento, desde un inicio simple que se enreda con facilidad borracha. Los excursionistas españoles aparecen como un guiñol del hooligan británico, se pierden en las entrañas de una Venecia inundada por el visitante macarra que ha sustituido la tortilla de patata por los condones y las máscaras de arlequín y polichinela. Estos amantes de la juerga sintonizan con el ocio calamocano en una concepción trivial de Venecia. Su gramática vomitiva y de mal gusto, llena de tópicos peninsulares, es una embajadora nefasta de la juventud española que, sin necesidad de un Erasmus, se lanza a disfrutar Europa. La aparición de unos viajeros norteamericanos como recurso ambiental, ¿querrá internacionalizar esta semificción o salvar la simpleza del turista español, presentando al yanqui como exponente del analfabetismo cultural? Ya se sabe que con Álex todo es posible.
 
Cosimo Fusco, un bufón terrorífico  
El desenfreno invade las noches de fiesta algo más que carnavalesca
Los amantes de Puccini se sentirán reconfortados con la presencia capital de un Rigoletto que dirige el misterio desvelado con facilidad excesiva. Es el primer referente para fijarse en una ambientación que sabe ingeniárselas para resaltar el aspecto más desagradable del crimen y su lógica apabullante: la muerte. La coreografía colorista que pauta el vestuario, nutrido de trajes festivos, es la chispa de esta danza macabra (y enmascarada). La idea bien montada sobre elementos de verismo e imaginación se hunde pronto en las aguas de canales que no persiguen la belleza de una muerte viscontiniana sino la rapidez de una ejecución matarife. Las repeticiones empaladoras son norma de la casa, muy en la senda de lo que a Álex de la Iglesia le gusta: salirse de madre con un susto más visual que conceptual.
Veneciafrenia parece el sueño cumplido de Álex de la Iglesia por rodar en esta ciudad, después de haber conseguido el León de Plata en la Mostra con la dirección con Balada triste de trompeta. En este frenesí de demencia asesina el día a día se sucede atropellado entre garfios, armas blancas y una fotografía interesante para el exceso que Álex pacta con una venganza exterminadora. Esta mascarada llama al pánico donde sólo hay representación chistosa, utiliza la fiesta como escenario para situar una trama que no puede ser acusada de invento lunático aunque se le vaya la olla.
El trasatlántico de la compañía MSC a la hora de causar un accidente en el puerto veneciano  
Venecia: ¿representación o verdad?

Si los personajes lo pasan mal, el otro lado de la pantalla no se divierte. Los primeros lo consiguen por exigencias del guion mientras el espectador aplaude con el bostezo que, a veces, puede coquetear con alguna carcajada. Ningún papel conquista, excepto el taxista de góndola, eslabón que une a los españolitos incautos e irreflexivos con el mundo veneciano; o el inspector de policía con acento berlusconiano. Ambos pintan el paisaje urbano de comedia italiana. Ingrid García Jonsson contribuye al gamberrismo que los acontecimientos le hacen enmendar. El resto no aporta nada particular a una cinta irregular, manchada de sangre a mansalva donde el foco disfruta rodando primeros planos de miradas asustadas y otras con silencios amenazantes, muy teatrales.
La manera magistral con que el asesinato se manipula a través de una representación teatral falsa es un apoyo inestimable. Turistas corriendo tras víctima y agresor se sienten camarógrafos entusiasmados, admiradores de una trabajo limpio y sucio que consigue despistarlos. Rigoletto mata como si representara un entremés cervantino de Don Quijote en el Metro de Madrid o El Tren de la Fresa. A pesar de que Veneciafrenia tiene algunos elementos destacables, la mayoría luce por una ordinariez fabricada en España a pesar de un guion políglota en inglés, italiano y castellano. Políglota y elaborado sobre una barra de bar nocturno al recuerdo de la colisión de un crucero de la compañía MSC con un barco turístico en el puerto de Venecia.
La complicidad de las escenas exteriores parece haber sido parida con cámara en mano, con intención mareante y una aportación más frenética que dinámica. El veneciano se toma la justicia como afrenta personal, defiende un patrimonio que la turistificación está matando, harto de que su ciudad se haya convertido en un parque temático de juerga y desenfreno. Hay más intención que cercanía asesina entusiasta. Álex de la Iglesia ha conseguido una minucia llena de barroquismo y disgusto para los amantes del terror adictivo. Hete aquí una película deforme y torpe.

J. G.


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