La obra victoriana de Oscar Wilde
The Importance of Being Earnest, A Trivial Comedy for Serious People se tradujo al castellano bajo el título La importancia de llamarse Ernesto por una afinidad sonora entre las palabras Ernest e earnest. Algo parecido pero sin el carácter homófono sucede con Sammy Fabelman y Steven Spielberg. El cineasta estadounidense ha buscado un alter ego para recrear escenas personales de su vida familiar desconocida. La imagen de círculo americano modélico que Spielberg enseña, y pule lentamente con aprecio doméstico, es una nube de algodón que peina con prudencia bienintencionada. A tenor de lo visto, gozó de una infancia y juventud tranquilas, marcadas por
El espectáculo más grande del mundo, de
Cecil B.DeMille. Si el realizador massachusettense narraba la magia del mundo circense, Spielberg descubrió el poder transformador del celuloide sobre la realidad.
Los Fabelman no pretende enfrentar logros con pesadillas sino que el relato superficial de su vida íntima, e inicio laboral, es una composición dulce que no quiere despertar fantasmas de gabinete sicológico.
Cualquier serie televisiva de los años sesenta, como
Los Picapiedra o
La familia Monster, es más divertida, encaja en el sistema yanqui como reflejo de una vida destinada a triunfar. Su etapa adolescente fue un juego entre monstruos, descarrilamientos a tamaño maqueta e ilusión prolífica sin que se lleguen a conocer las tripas de sus alumbramientos. Es un homenaje autobiográfico a un nombre con el pedestal vacío del cine autodedicado. Se auto-coloca en el escaparate de los realizadores auto-dirigidos. ¿Auto-ego, auto-exigencia o auto-necesidad? El experimento autocomplaciente es un producto menor autopropulsado por el apellido que, siguiendo los pasos de
Oscar Wilde, atrae el interés del público.