Cuando las franquicias activan la maquinaria poco novedosa, nada suculento puede salir de su fábrica de churros. Los largometrajes paridos en su cerebro se presentan entre alardes tecnológicos frente al atractivo que resulte interesante y/o ameno. Jack Black se ha convertido en la voz insustituible de Po desde que, en 2008, se escucharan sus primeras palabras con visión cinematográfica. En la versión doblada al castellano, su presencia vocal la suplanta el chiste fácil de
Florentino Fernández. Su entonación atufa, es tan resbaladiza como poco creíble. ¿Querrá introducirse en el corazón infantil con acento fingido que suena a
dejad que los niños se acerquen a mí fraudulento? Es la voz de moda en el doblaje de animación español, desde
Austin Powers hasta
Minions: El origen de Gru, pasando por
Kung Fu Panda o
Gru 2. Mi villano favorito que, a poco de escucharla, se hace plana. Suena monótona, a infantilismo con canas, sin analizar la profundidad o superficialidad del texto ofrecido. Su timbre empalaga, aunque también habría que culpar a los traductores del guion original. Es un referente mediático asimilado a los relatos burdos, sin compromiso ni chispa, sin inocencia ni humildad, sin gracia. El resto de los dobladores tampoco realza el valor de una animación sobresaliente. Minimiza el poder divertido de Po y las figuras que lo rodean. Incluso la imagen del malvado resulta caricaturesca. Una hechicera llamada la Camaleona, nacida de la infravaloración social, es divertida. Tai Lung, el
leopardo de las nieves, simboliza una fuerza agresiva que regresa con ganas de venganza ante Po y el resto del valle. Zhen, un
zorro corsac grisáceo, es el ejemplo de quien ha crecido en la calle, débil ante la manipulación del malvado. Sus inicios tienen algo de ninja hasta convertirse en peluche. El lado espiritual que dirige el maestro Shifu se presenta desde una óptica enfocada al público infantil y sin intención de crecer. Entre ellos ronda un
pangolín convertible en bola pedregosa, capaz de rodar por la Guarida de los Ladrones. La naturalidad sin complejos del señor Ping, el
ganso y padre adoptivo de Po y la oscuridad de su progenitor biológico, Li, completan su cinturón familiar. El Valle de la Paz está habitado por pandas, gansos, carneros, cerdos, conejos en contraste con la Ciudad Enebro: bulliciosa, poblada de conejitos con aspecto cariñoso. Su ternura se presenta como Jekyll y señor Hyde entre frases de muñeco diabólico. Hay paraísos para la meditación y tabernas convertidas en guaridas sin ley; cárceles y tronos. Aderezos para una tarta con mordida dulce que pretende reunir a la familia en torno a una pantalla de cine. Los personajes son la riqueza de un círculo amigable desaprovechado.