Dos bandas tocaron por separado y se juntaron para formar una entidad marcada por el ritmo, cada una a su manera. Maylaya y The Royal Flash impidieron que el cuerpo parara de bailar. La noche se vistió festivalera, llena de ganas por complacer y darlo todo. El pronóstico inicial de un ambiente desértico resultó ser una bomba gracias a la puntualidad inusual que no tuvo miedo a la escasa afluencia mientras la intensidad crecía nota a nota. La voz y guitarra de Óscar Barrios saltó a la arena musical con fuego en las venas, modesto e incombustible. Sus canciones cayeron como trallazos que atrapan y mantienen el recuerdo positivo de su melodía. No dejó de moverse ni su grupo paró de interpretar música destinada a dislocar cuerpos. Correctos y rápidos: así son Maylaya.
Una vez que los alcalaínos tocaron su indie-pop guerrero, la segunda parte de esta velada se llenó del gamberrismo roquero que caracteriza a The Royal Flash. El lanzamiento de los EP Physical & Electrical, de 2014, y Modern Youth Affairs en 2018, junto a un LP, Hysteria, dos años más joven, permitió que su nombre comenzara a ser habitual entre los gustos cercanos al garaje y rock divertidos. Y prometían. Han crecido sin defraudar. No quisieron hacer de este espectáculo un momento para el lucimiento personal sino que invitaron a figuras del mundillo sonoro para que les acompañaran en la diversión. Silvia Anantha se incorporó cantando Tan Dentro. Su cabello azulado dio color a una catarata de pelo salvaje. La noche de amigos se disfrutó hasta el aliento final. Como Miguel Ángel Marshall dijo: ¡Vaya nochura! El concierto se llenó de colaboradores que hicieron del acontecimiento un acto compartido. Edu Molina, productor de La pasión, apareció en el escenario junto a Nuria, la media naranja de Hermana Furia, como prolegómeno de lo que al día siguiente esperaría a esta misma sala. Rock y rabia se tomaron unas cervezas juntos. El teclista Fran Hita participó con el tema Get High, y como colofón cooperante invitaron a que Maylaya volviera a pisar el escenario.
La audiencia se desmelenó, liberó el movimiento en cuerpos empujados por canciones frescas. Esta noche el alma fiestero mezcló funk y mucho salero siempre con Romualdo como insignia de un repertorio enérgico. Se fueron a Benidorm sin dejar al público madrileño colgado para rematar con un recuerdo a la magia de ABBA como reina del baile. No pararon ni dejaron reposar a nadie envueltos en sudor discotequero. Fueron libres y expandieron ese horizonte con alegría dejando claro que el título de su disco es un delirio de entusiasmo.