El mundo se despertaba con una sacudida que conmocionó su capacidad de pensar aún dormida. Un portacontenedores ha chocado contra uno de los pilares mayores del puente Francis Scott Key en una colisión de libro, según los especialistas. El impacto ha destrozado su armazón hasta hacer que pareciera un palillo con más grandiosidad que resistencia. Las primeras crónicas se cubrían de barro influencer al reproducir el incidente mediatizado por su huella visual. La fuerza informativa arrebató titulares a Gaza, Ucrania o la corrupción de las mascarillas. El desastre, grande en dimensiones y reducido en protagonistas, se maximiza al convertirlo en bucle lleno de interrogantes. La imagen, asimilada como miembro familiar, daba testimonio de la catástrofe: fría, exenta de lamentaciones que la hicieran menos mecánica. Era una lucha entre un Gozilla empujón y un King-Kong poderoso en su estatismo. En el momento del choque, el lomo del gigante no era arañado por miles de vehículos que diariamente lo transitan. Una alarma de que a bordo algo mal estaba ocurriendo alertó para cerrar su paso.

El hecho impresiona por su rastro, peor que un huracán o una bomba. Otra lectura más literaria presenta a la tragedia fluvial como una metáfora de hacia dónde vamos. Imaginemos que el portacontenedores Dali representa a la vieja Europa perdiendo el rumbo por un cortocircuito en su sentido común. Esta ciudad flotante poblada de embalajes metálicos mide la categoría de sus habitantes por el tamaño. Es un trasatlántico para mercancías que entretienen su utilidad; una ballena con forma de patera legal, sin desperdiciar un milímetro de espacio: 300 metros de eslora certifican un aprovechamiento ejemplar; un mundo rompiéndose en aguas arrulladas por su tranquilidad y arrolladas por el sobresalto. Es el buque sin capitán, la nave sin timón o la cabina de mando sin brújula: un fantasma que ha desvelado su sigilo. El carguero nada tiene que ver con el Barco de Mariposas, atribuido al pintor que homenajea su nombre. La embarcación del lienzo Departure of the Winged Ship, pintado por Vladimir Kush, navega envuelta en la imaginación del artista ruso. El río Patapsco entre Hawkins Point y Sollers Point es la tarima de un escenario ruinoso. El puente Francis Scott Key, una frontera artificial edificada por alguien que decidió levantarlo como infraestructura al servicio del ciudadano. El tonelaje del Dali choca con exactitud silenciosa y cartográfica contra un obstáculo que defiende su presencia. Su historial conflictivo comienza en julio de 2016, con un año de vida, al colisionar contra un amarre en el puerto de Amberes (Bélgica) y sufrió daños en el casco. Un control fechado el 27 de junio de 2021 encontró deficiencias en la propulsión y en aparatos de medición. Esos problemas dieron pie a dos inspecciones posteriores, pero el carguero, con capacidad para 95.000 toneladas, no fue paralizado y siguió operando, después de solventar las deficiencias. El Dali es un herido sin hogar con bandera singapuresa y vientre de alquiler actualmente en manos danesas. Su popularidad, enemiga de la rutina, causa más sorpresa que los cadáveres esparcidos por las rutas migratorias del planeta. La avería estructural confirma que la responsabilidad racional, muchas veces, no tiene la última palabra. En las guerras, siempre es silenciada; aquí, presumiblemente, la confianza en un activo económico con síntomas de deterioro jugó su baza de poder. El navío representa los ideales de un sistema caduco, confiado en una estabilidad que puede ponerse en duda. La visión del viejo mundo chocando contra una estructura sólida es la metáfora de cómo puede acabar, donde quien pierde los papeles siempre gana. Es el atacante que choca contra la tranquilidad hasta destrozar al otro en el encontronazo. Alguien podrá verlo como un beso macabro que despierta la segunda temporada de la serie The Wire, gracias a la que el puente sobre la bahía de Baltimore se convirtió en localización famosa. Ahora, hizo de plató improvisado para un accidente al mejor estilo de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Keanu Reeves en Speed.

Los pelos se ponen de punta al observar el percance como alimento para las redes sociales. Lo elevan a notición sujeto a opiniones reducidas a un me gusta que lo dan por interesante. La potencia del choque entre dos monstruos con músculos de hierro sobrecoge desde puntos de vista antagónicos: el estático y el móvil. Como se ofrece en los escenarios bélicos, el resultado de una embestida sin oposición dibuja daños colaterales convertidos en lienzo del destino; el estado de las cosas cuando no tenemos el control sobre la situación. Las repercusiones afectivas, medioambientales y económicas han empezado.