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CINE Y ESPECTÁCULOS
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FRUSTRACIONES AL DESCUBIERTO
Película El castigo


J. G.
(Madrid, España)

El castigo
Ficha Técnica Video    
La economía de medios consigue acertar de manera afinada en un largometraje diseñado para la intriga y la franqueza. Mientras, un silencio de carretera corta el aire entre miradas con horizonte distinto. La oscuridad que acompaña al enfado va desempolvándose lentamente hasta convertirse en agobio. Poco a poco, degüella la paciencia del espectador intrigado y el nerviosismo de unos padres que interpretan la desaparición de su hijo bajo posturas diferentes en la crianza familiar. El instinto protector choca con la necesidad de vomitar vísceras demasiado tiempo fermentadas en el estómago de la docilidad materna.
No se sabe qué fue primero en este drama repleto de verdades escondidas: si el criterio de una madre justificando una rectitud excesiva con el vástago que se lo merece o la preocupación de un padre con códigos educativos más blandos. Quizás debamos encontrar la respuesta al dilema en el hijo decido a penalizar el desacuerdo familiar con su represalia. El castigo, como título declaratorio, retrocede y avanza simultáneamente. Retrocede en el reloj de la vida empujado por la honestidad femenina mientras discurre por un terreno desconocido para la seguridad masculina. Los movimientos se deciden a través de diálogos cada vez más afilados en un estudio sobre la maternidad y sus responsabilidades, los límites de una intimidad privada de elección personal. Su análisis va desgajándose hasta criticar la condición sexual reproductora como factor asimilado socialmente.
 
Ana (Antonia Zegers) junto a su marido Mateo (Néstor Cantillana) al fondo  
Ana (Antonia Zegers) en una carretera solitaria buscando a su hijo

La reprimenda que debía zanjar la disputa familiar inicia una búsqueda angustiosa que abre frentes ocultados por la convivencia. La esperanza de recuperar al hijo desaparecido une al padre y la madre en una recuperación nerviosa y enfrentada. El perdón se intercambia ente ambos. La entrada policial en el escenario ensancha los límites de la intriga, se suma a la investigación desde una distancia guiada por la matemática de las pistas encontradas que se abren a la elucubración. Su trabajo es tan discreto como importante, tan poco estelar como básico en el apoyo argumental y escénico. La entrada en juego del secuestro hipotético acentúa el carácter de sospecha nerviosa ante lo desconocido. La aparición de este actor humaniza un incidente convertido en enfrentamiento. Lo que parece ser el inicio de una crisis matrimonial es el comienzo de una conversación que debería haberse mantenido hace tiempo. Las palabras brotan sin interrupciones, la reflexión es rehén de la impotencia. La tensión se mantiene sin altibajos. El protagonismo de los rostros y la fuerza de la recriminación resquebrajan la pantalla mientras Ana y Mateo se destruyen mutuamente.

Momento de perdón entre Ana y Matero para reconfortar la ausencia de su hijo  
Mateo

La maternidad no deseada, el miedo con que se mira al hijo incómodo una vez parido o la falta de conciliación en una pareja con estabilidad entrecomillada son verdades escupidas que no aguantan más mutismo. Pero no todo es culpa en un castigo poco meditado. La preocupación del hijo perdido crea taquicardias emocionales a través de la posesión. La intriga empuja hacia el barranco de la sinceridad con reflexiones sobre la subyugación materna en el seno la familiar, la falta de comunicación.
La línea narrativa es tan cortante como precisa dentro de una constancia sin bajones. Cada segundo de preocupación, lejos de decaer, aumenta la tensión. La dirección de Matías Bize, que ya experimentó con el plano secuencia en Sábado, una película en tiempo real, es acertada, igual que el dolor y la ira plasmados en un guion tan meticuloso como exacto.
El escenario se trasforma en un juego al escondite perverso con intenciones castigadoras que hacen ver la venganza directa y cortante como propuesta seria, de elegancia macabra, realista en su totalidad, marcada por rostros que en ningún momento actúan para la cámara. La catarsis expresiva es tan perfecta y elegante que asusta en su verismo. En conclusión, tranquiliza saborear otro ejemplo de que el cine mayúsculo brotado de las cosas pequeñas existe.

J. G.


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