Cuando las calamidades originadas por la naturaleza golpean nuestros castillos de arena comprobamos su fragilidad. Tan fuertes que nos creemos con dos mil años de existencia y no hemos aprendido nada sobre la extensión de nuestra endeblez. Las catástrofes naturales se ven poco amenazadoras cuando se contemplan alejadas de nuestro confort, cuando forman parte de una noticia con caducidad inmediata, cuando llenan titulares que despiertan ayuda humanitaria, mucha bienintencionada, y sirven para aplacar conciencias. La anormalidad se normaliza al minuto siguiente hasta que nos toca de plano. Entonces, el espectador pasa a ser víctima obligada de algo que, hasta ahora, resultaba lejano. En esos momentos vemos la falta de previsión que nos rodea, la inconsciencia que tenemos ante un cambio climático negado por muchos, otros no lo contemplan como una amenaza directa y algunos saben que, tarde o temprano, nos puede tocar, sin diagnosticar su medida. Eso es trabajo de los científicos que pocas veces hacemos caso: excepto cuando el lodo nos enfanga la vida.
La DANA, acrónimo de depresión aislada en niveles altos, viene cobrando fuerza en nuestro vocabulario. Nos ha conmocionado con su aparición en la Comunidad Valenciana. La invasión de imágenes convertidas en bucle informativo se ha pasado de su función periodística, haciendo de la noticia pura y dura, durísima, un culebrón cargado de dramatismo. Los mensajes del informador han descubierto el perfil del periodista misionero, ese mensajero de la paz encargado de puentear a los afectados con el resto de la población, ese habitante foráneo de la zona cero, masacrada por la pedantería lingüística. El abuso de las imágenes ha engrandecido el peso de la desgracia, deformando su gravedad y pena. Se han documentado en informativos especiales, noticias de última hora sin dejar respirar al tiempo, e incluso programas del corazón se han hecho echo de ella cuando todo ha sido descorazonador. Nos cebamos con la catástrofe hasta estrujarla. ¿Será que nadie ha querido renunciar al pastel de las audiencias?
Todos nos sentimos Valencia, todos somos Valencia, todos mantendremos a Valencia en nuestro alma hasta que el cansancio y el cauce de los acontecimientos la devuelvan a un estado de homogeneidad informativa. El corazón sacudido por el dolor del desastre en puerta ajena no palpita igual que otro contemplando su casa como parte de una inundación bravía.
La pregunta posterior, que supera la densidad del ¿y ahora qué? pertinente, es si esta revuelta atmosférica servirá para apreciar lo que tenemos, para valorar aquello que consideramos natural, para cuidar nuestro entorno.... y para eliminar comentarios del tipo ¡a mi, me sigue pareciendo una película de terror! Esto es la realidad, no una película; algo que pude volver a suceder con más frecuencia; otro ejemplo de que, sin aleccionamiento religioso, pagan justos por pecadores. Un toque de atención a nuestra manera de entender el planeta.
Los voluntarios que se echaron a las calles a arrimar el hombro ejemplifican una solidaridad que necesita ser canalizada para su gestión apropiada. Son un modelo de socialización altruista, un gesto de generosidad y aplomo que debe ser recordado y agradecido. No sombras pasajeras movidas por el socorro vecinal. Lo del héroe anónimo es otro estereotipo que en estas situaciones se lleva mucho, sobre todo para vender más palabras e instantáneas. Todos son héroes cuando se involucran en el mismo huracán, riada, mangas marinas o como se quiera llamar. Ya llegará el momento de colgar medallas como terapia antidepresiva incluso a lo que no respira. El puente de Chiva, construido en 1922, se ha mantenido firme a pesar de ser cubierto por las aguas desbocadas. Su conversión en simbología de resistencia es una metáfora facilona, repetitiva y trasnochada que desperdicia una reflexión sobre la arquitectura anti-cortoplacista, perdurable ante la Historia. Todavía sumergidos bajo el caudal de la tormenta estamos en momentos de bloqueo. ¿Cuánto tiempo aguantaremos pensando en términos solidarios?
Siendo conscientes de cómo maltratamos al medio ambiente, y dejando a un lado las responsabilidades políticas, lo sucedido no es un capricho de la Naturaleza sino una provocación del ser humano. Luego vendrán las quejas, los toma y daca políticos, buscar cabezas de turco ante la ineficacia, las peleas con el Seguro y la necesidad del dinero rápido que palíe unos daños astronómicos. Siendo sarcástico, no me extrañaría pensar que alguien apunte a Pedro Sánchez como el causante de este estropicio: los políticos son capaces de hundirse en el cieno de sus disquisiciones, más pestilente y pegajoso que el generado en Paiporta, Chiva, Masanassa y Catarroja, Cheste o Valencia. |
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