No sé si será una cuestión de perspectiva o evidencia pero la edad trastoca el tratamiento navideño. Cuando desconocemos el bache que ocasionan las arrugas, enfundados en la despreocupación del momento, el mundo se paraba durante dos semanas. Las tareas eran una diversión: preparar el belén, adornar la casa con motivos nevados, soñar con regalos que mantenían despierta la ilusión. Más delante, se aprovecha el momento de descanso reducido para adelantar lo que permanecía en la parte más profunda de la mochila universitaria. La bienvenida al tiempo vacacional se saludaba con alivio. Su conversión en fenómeno mediático, y publicitario, ha ido erosionando el acercamiento humano. La climatología acompañaba en el regazo familiar entre caricias de añoranza y nostalgia. Ahora, cada vez con más fuerza, es época de proximidad comercial más que espiritual, de agolpamiento en las calles para ver la iluminación nocturna que decora una ciudad de claridad artificial. El maquillaje desvanece las penas diarias. El paseo se encierra en la burbuja del turista que mira con asombro el decorado nuevo de un escenario sobre el que actuamos casi siempre malhumorados. ¡Bienvenida sea la pizca de felicidad! La lejanía es ensombrecida excepto para acercarla pensado en quienes el parentesco nos hace amar.
Todos queremos aportar mentira a la farsa materialista. La comunicación, dirigida por mensajes que venden superficialidad o emociones pasajeras, es comida rápida que digerimos adulterada. A parte de los ágapes por compromiso, Navidad es un telemaratón donde la solidaridad rebosa la copa de la alegría borracha. Toca acordarnos de los demás a través de galas benéficas como pantomima televisiva. Esta caricatura con motivos humanitarios, vestida con el traje de gala fraternal que pretende curarse en salud, forma parte de un plató con sabor a película de Luis García Berlanga. El resto del año los vemos como carnaza informativa que espanta audiencias. Indigesta. Lo altruista quiere ser épico. Hacernos santurrones por unos días no va a solucionar nada.
Como si estuviéramos atrapados en el tiempo, el trámite semivacacional que cierra el año empobrece la cartera, el banquete hogareño se convierte en hemiciclo, la sinceridad bien regada saca a relucir los trapos sucios familiares. En Navidad todo es posible, incluso las causas olvidadas alcanzan una emergencia omitida el resto del año. De todo esto sacamos en positivo que la cosmética navideña no sólo es propiedad de Dior, Yves Saint Laurent, Paco Rabanne o Carolina Herrera aunque ahora atufen la atmósfera. |
|