Quien tome a Donald Trump a broma no es serio, tampoco está haciendo un favor a la justicia que afecta al Orden Mundial. Quien se ríe de sus chanzas no entiende lo que dice. Aquellos que se burlan de locuras constatables por los proyectos megalómanos de Elon Musk no comprenden su filosofía y mucho menos su doctrina, que es la misma: la palabrería de hombre espectáculo en la que se ha moldeado y revuelve a gusto, como el cerdo en su pocilga. La suya es la comedia del pistolero que dispara mientras promete hacer a América grande de nuevo. ¿Qué América?, porque, aunque seas un entusiasta de los crucigramas, está bien advertir que existen Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica en vez de un territorio que se reinventa bajo la sombra del trumpismo patriota. Es el mismo personaje que quiere transformar a la Franja de Gaza en la Gran Riviera de Oriente Medio para ricos y hacer de Hitler un estratega con ideas de principiante expansionista trazadas sobre la cartografía de la segregación. Además, los intereses raciales están unidos al ensanchamiento de sus negocios. Donald Trump no es Hitler, Donald Trump no es estratega, Donald Trump no es político, Donald Trump no es hombre de Estado, Donald Trump no reluce por su brillo intelectual. Donald Trump impone y manipula. Para él, la riqueza del vocabulario es una tierra rara que no se atreve a explorar porque jamás llevaría a su destino dicha expedición. Esta empresa moriría dando vueltas en el círculo de la demagogia. Donald Trump es la incapacidad de argumentar con seso. Sabe amedrentar a sus socios políticos con intenciones de apisonadora arancelaria. Es capaz de comerse a Europa mientras sus representantes se refugian en una respuesta contundente que tiene pocos visos de prosperar. Los vasallos de Washington siguen la estela de su jefe, a quien limpian el pompis con lametones de funcionarios leales al servicio privado de un personaje público. Nunca sabremos si esta actitud tiene valor de IRPF o de devolución fiscal.
Todo esto y más lindezas forman la genética de Donald Trump, el hijo de familia emigrante, el renegado de sus raíces (si no las ha olvidado) que emparenta a Kunta Kinte con un miembro del KKK y hace de King Kong un ídolo de gimnasio selvático; quien no sabe situar a España en el mapamundi y lo identifica como un país miembro de los BRICS. El mismo que piensa en King Africa como una amenaza contra el primer mundo o cree que la canción It Began in Afrika es el grito de Hamas en vez de un himno electrónico. Donald Trump es un negociador entre chatarreros de proyección internacional, un buitre que comercia con el reparto mundial mientras los picotazos de China no le quiten carnaza con la que quiere alimentares. La invasión rusa de Ucrania ha llegado a la imposición de un paz artificial a través de borratajos. La promesa electoral en la que el republicano aseguraba acabar con la guerra de república europea semipresidencial, no invasión, en veinticuatro horas si llegaba al poder retrata su sintonía populista, su analfabetismo diplomático. El negocio de la guerra dirigido por una zarpa mercantil no se esconde.
Mientras, su amigo israelí sigue contando con el apoyo de la Casa Blanca. Las palabras traicionan a sus creadores y los impulsos del líder ucraniano a la mediación de Estados Unidos para alcanzar la paz merecen un tirón de orejas. Se entiende que están pronunciadas dentro de un marco diplomático, ¿de cortesía?, ¿de inteligencia?, ¿de saber estar?, de buena voluntad que Donald Trump no quiere escuchar o no entiende porque no acepta ponerse al mismo nivel que el otro interlocutor. Como Orson Wells hacía en sus películas, Trump traza un plano picado que hace inferior al contrario.
La recepción que el mandatario norteamericano ha ofrecido a Zelensky en el despacho oval era un trámite para estampar una firma que él creía fácil y rápida. Las cámaras dejaron en pelotas al hombre espectáculo, al político enano, siempre prepotente. Lo culpó de iniciar esta invasión, ha cuestionado su capacidad de liderazgo para dirigir un país. ¿Intenta confundir o lo desea? El temple del presidente ucraniano chocó contra la verborrea del estadounidense. Lo acusó de estar jugando con la Tercera Guerra Mundial de donde se deduce que quienes lo apoyan también ponen en peligro la seguridad internacional. Entonces quien más culpa tendría de esta inseguridad sería USA, el mayor contribuyente a la protección ucraniana. Este encuentro estuvo marcado por un discurso de representación estadounidense mediática. El sainete en torno al empuje trumpista busca ganar audiencias para aumentar el valor de su publicidad. Lo que dijo fue un insulto a la negociación, bociferios propios de un calamocano ordinario que firma órdenes ejecutivas mientras lanza viseras para los congregados en sus espectáculos.
Marco Rubio le daba palmaditas en una rodilla como el padre que alienta las frustraciones adolescentes de su hijo. ¿O le estaría limpiando la saliva escupida con su verbosidad? Mientras unos besan el suelo que pisa o construyen un muro defensivo alrededor de sus palabras, el combate dialéctico de la prepotencia que tanto chulea está más cerca de un Atila sin perfil histórico que de Alejandro Magno.
La resistencia de Zelensky debe defenderse porque Ucrania es Europa aunque Donald Trump quiera comerse al continente desmontando sus instituciones más representativas. Es un botín que no quiere repartir con nadie mientras Putin permanece callado en su dacha dictatorial. La historia del séptimo arte ha inmortalizado a Charles Chaplin como Hitler jugando con un globo terráqueo en El gran dictador. Ahora, Donald Trump se está creyendo su película y esto es peligroso. |
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