Peter Jackson, a pesar de sus interpretaciones fantasiosas que cercenan la novela de
Alice Sebold, se defiende; lástima que
Steven Spielberg haya metido tanto la mano en su producción.
The Lovely Bones desencadena unos encuentros en la tercera fase cargados de luminosidad lisérgica muy bien conducida. La habilidad y el esmero del equipo que mima los efectos especiales se llevan el aplauso unánime por su trabajo visual aunque la fotografía de Andrew Lesnie es muy superior.
La pompa del cine norteamericano, y DreamWorks, brillan con una luz cegadora que impide ver el horizonte limpio. ¿Por qué este afán de transformar la sencillez del suceso en un estudio psicológico de imágenes preciosistas? Además, el empacho persistente de la voz en off aplasta una fantasía limpia. Es demasiado intervencionista en la imaginación del espectador, pedante y artificiosa. Los viajes temporales emborronan la trayectoria de una historia lineal, enriquecida por las palabras gestuales de Susie Salmon (
Saoirse Ronan) fantasmal. Haciendo caso a
Rousseau, la maldad humana reside en el mundo terrenal mientras que la paz de
The Lovely Bones se encuentra en un cielo rosáceo. Este paraíso es la antesala de la liberación espiritual absoluta que Jackson tiene destinada a la hija de los Salmon.