Claude Berri se despide con una sonrisa en la boca. Nada en “Un regalo para ella" hace intuir que la muerte le sorprendiera durante su rodaje. El guión, respetado por su codirector François Dupeyron hasta en los signos de puntuación, combina romanticismo y celos en un entorno afectivo alterado por la intromisión de un amor mal compartido.
Su obra póstuma es otra aportación del cine europeo al buen gusto por lo sencillo.
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El sabor amargo que despertó su desaparición se suple con la carcajada provocada por la alteración de la realidad bidimensional vivida en pareja.
¿Será que no sabemos amoldarnos a ella? La convivencia basada en la tolerancia posee unos límites que deben respetarse: sin negociación no habrá entendimiento. El juego de “Un regalo para ella" mezcla amor, odio, paciencia y neurosis como una batidora descontrolada, convirtiendo las buenas intenciones en angustia.
El verbo regalar disfruta de múltiples conjugaciones: un sentimiento en el que la sorpresa es factor determinante para su resultado; una actitud egoísta que ejercemos sobre la persona agasajada; una tradición rutinaria; un beso visible o una pesadilla. |
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La maternidad aflora inconsciente para desestabilizar el sistema. El hombre se siente desplazado, se modifica el núcleo afectivo de la pareja, diálogo entre la vulnerabilidad masculina y versatilidad femenina.
La mujer va con ventaja en la toma de responsabilidades: desde que comienza a jugar con muñecas se convierte en madre prematura. “Un regalo para ella" es la conversión de ese juego en realidad. |
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Desde el comienzo se respira la frescura del cine europeo, su cercanía y convivencia con lo cotidiano.
El conflicto choca con la risa, la comicidad trata al amor como cercanía, lejanía y reconciliación.
Su intención ácida se refleja en la visión de un mundo ensimismado con su aristocracia excluyente.
Un círculo de pedigrí ostentoso.
“Un regalo para ella" es un juego de manipulaciones, de vínculos, hastíos, celos y mala leche.
La amabilidad de Jean-Pierre (Alain Chabat) se topa con la agresividad de su pareja. Mathilde Seigner (Nathalie) se convierte en esquizofrenia humorística. Fanny Ardant (la psicóloga Françoise Lagier), trabaja como secundaria de lujo. Su quietud de dulzura mística refresca lo caricaturesco con gotas de ingenuidad y control interpretativo. Es un toque Chanel de voz seductora y pose lujosa, ornato en esta casa de locos. |
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La película crea inestabilidad, su humor sencillo y efectista la convierten en una tira cómica de gracejo refinado. |
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