El avión como protagonista es un tema recurrente para crear escuela dentro de una cinematografía mediocre. En este drama de suspense casero, el aparato se convierte en propulsor de la tragedia. Sus motores no tienen el impulso de la
saga Aeropuerto y carecen de la locura que Robert Hays proporcionó a
Aterriza como puedas. David R. Ellis puso en
Serpientes en el avión un toque imaginativo a la catástrofe aérea gracias sus protagonistas ofídicas. Lo convencional se apodera de los preparativos navideños para alzar el vuelo en un viaje a ninguna parte a pesar de que la tripulación y los pasajeros conozcan el destino y la ruta esté fijada en las coordenadas del trayecto. El imprevisto desencadena problemas inesperados. La llegada del viajero sorpresa colma el vaso de lo reiterativo mientras se crea un microclima de risas perdidas y miradas observadoras, donde todos se convertirán en objetivo de lo inimaginable, poco imaginativo por otro lado. Es lo que tienen las compañías de bajo coste: que ni siquiera ofrecen acción espectacular. La amabilidad del capitán Torrance, ajeno a la coincidencia que no tiene nada que ver con Jack Torrance, de
El resplandor, conserva el pragmatismo responsable que confunde la responsabilidad profesional con el heroísmo de supermercado. Hasta el aterrizaje forzoso se parece al final de una atracción verbenera con recorrido inquieto y final seco. Su aparatosidad no aparca en una isla desértica habitada por un King Kong que se siente invadido, tampoco descubre otro Parque Jurásico que diera protagonismo a especímenes antediluvianos diseñados por ordenador. El ambiente destartalado no ofrece oportunidades para ampliar la aventura ni marcar el realismo. La pérdida del objeto despliega un gabinete de crisis interesado en su recuperación a través de medios poco legales montados en el potencial mercenario.