El éxito profesional no siempre va unido a la estabilidad personal. Si este triunfo tiene que refrendarse a través del postureo con micrófonos y cámaras como facilitadores del acontecimiento, la fuerza interpretativa es un amasijo de frases repetidas. Lo que viene después es el meollo de un conflicto asentado en la incomunicación. La intención de entretener a través de esta tragedia teje mimbres poco consistentes a través de una inmersión en la responsabilidad educativa de quienes se zambullen en el mundo artístico. Alguien que cuide de mi enfrenta a generaciones que han vivido su tiempo: desde la tranquilidad que proporciona la fluidez temporal hasta otra que mantiene la decadencia vegetativa entre bambalinas inexistentes. La más joven, pletórica, reprocha falta de unidad en su pasado familiar.
La idea de ocultar una enfermedad se esgrime como escudo para proteger a una hija de la realidad que, más tarde que temprano, ha tenido que afrontar. La idea del rechazo se prejuzga sobre una persona a quien se la engaña con un ocultismo sentimental que termina en enfrentamiento. Quizás sea un miedo a no juzgar el pasado ¿turbio? de la madre cercenando la confianza entre ambas. La intimidad que genera esa convivencia se convierte en distancia alargada por una mentira más aprensiva que protectora. La ruptura entre Cecilia y Mario engorda esta crisis con el ímpetu de una plaga imparable. El recuerdo al SIDA o la presencia con pluma del mundo de la revista son flotadores de un declive que ha decidido hundirse en el fango de su apartamiento vanidoso. El entretenimiento frívolo de Sálvame, la revista se mezcla con la cultura de miras altas personificada en Chéjov. |
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El negro inicial confirma esa niebla con que la convivencia doméstica ha cubierto el protagonismo femenino cuasiabsoluto, cuajado de frustraciones. La envidia entre madre e hija talentosas encadena problemas crecientes que, poco a poco, salen a la luz. El cariño entre ambas no existe y, además, la ligereza expresiva hace que el monstruo del distanciamiento engulla a la empatía con el espectador. La ascensión en la carrera profesional de Nora descubre las carencias afectivas que inundan una etapa recién iniciada profesionalmente. Se incrustan como costra que decide respirar por sí misma frente a las de un trono imaginario. El relevo generacional no quiere ceder el testigo amparado en una enfermedad dirigida por el miedo. ¿Cobardía? Su abuela Magüi es el pilar del tesón premiado con un Goya; de Cecilia, su madre, agradece un aprendizaje a través de los errores cometidos. ¿Valentía, agradecimiento? La actuación de Magüi Mira certera por instantes, empobrece la regularidad mediocre de Emma Suárez, atractiva sin entusiasmar. El desconcierto generado provoca atracciones hacia una órbita estable con el choque entre la narrativa romántica, encasillada en el galán divertido, y la mujer despierta que termina cayendo en sus dominios. Esta atracción termina generando estabilidad mientras que la incompatibilidad entre madre e hija causa preocupaciones. La comedia dramática de situación se pierde en el mensaje a pesar de tener un título acertado. Los diálogos tienen momentos afilados sin anzuelo comunicativo. El ritmo lento distancia una proximidad relacional sólo presente en sueños dibujados en blanco y negro. Los celos, los momentos de rabia, las seducciones irritantes, el acercamiento previsible, el éxito pasado o los recuerdos de infancia sostienen una estructura frágil, el enredo ligero. Esta parodia posee una puesta en escena demasiado móvil, poco centrada en la introspección del drama. El resto es mascarilla de tarima emocional. |