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LOCURAS DE FURGONETA
Película Empieza el baile


J. G.
(Madrid, España)

Empieza el baile
Ficha Técnica Video    
La aparición de un acontecimiento imprevisible e impensable trastoca la vida cómoda de Carlos mientras su jubilación madrileña no deja de pensar en Buenos Aires. Marina Seresesky aborda esta etapa como un momento en el que, sin que pasen cosas interesantes, ocurre mucho. Las noticias caen como un jarro de agua fría sobre él y quienes le rodean. La llamada del destino le obliga a cruzar el charco para reencontrarse con la Argentina querida y se topa con un revés manipulador que no puede ser más lamentable aunque se le intente cubrir de una acidez cómica que produce mucha diarrea y poca carcajada. A parte de un final poético y acertado, el contenido intermedio es un kilometraje donde el espíritu aventurero obliga a resucitar una etapa anterior sin ganas. Se convierte en experiencia que despierta el sabor de alimentos olvidados, infidelidades y algún que otro secreto escondido bajo el estribillo de amigos para siempre. La síntesis de un largometraje que pretende sorprender se reduce a dos palabras: nada bueno, a un lamento de compás atragantado, lleno de emociones juveniles a través del roce musical.
El impacto inicial se quiebra con una noticia que rompe los esquemas del interesado. Cualquier indicio de acompañar un periplo sorpresa se desvanece. Se juega con la idea del suicidio para aportar credibilidad a la farsa montada sobre una muerte con nombre popular y humor negro. Recuperar lo perdido, cuidar del enfermo que no quiere reconocerlo abiertamente y revelar confesiones con olor a borrachera de karaoke inician un adiós en toda regla. La película de carretera devora alquitrán a bordo de una furgoneta donde los recuerdos son gasolina para continuar el camino. La misma que los transportaba de sala en sala durante giras interminables y bailoteos agarrados de la mano que la memoria de Margarita cifra en más de 22.000 episodios musicales. Entonces, las canciones se bailaban con el mismo movimiento, ahora se reviven con temor. Pero no es esto lo que impera en Empieza el baile sino que, jugando con el titulo, significa el inicio de una marcha fúnebre. La necesidad maternal de contemplar al polluelo en su nido acaricia un giro de guion movido por el drama y la consideración.
 
De izquierda a derecha: Carlos (Darío Grandinetti), Margarita (Mercedes Morán) y Pichuquito (Jorge Marrale)  
'Emppiezaa el baile' es un viaje de carretera que palpita entre encuentros y secretos descubiertos

El camino a recorrer esta lleno de percances, lenguaje con acento de inglés para esnobs y muchos tacos argentinos que, en la boca de Carlos, suenan hiperbólicos. Sin gracia. Los secretos se destapan empujados por algo de excitación sincerada gracias a su carga etílica, responsabilidades familiares nuevas. El trayecto enlaza tropiezos con olor nauseabundo; almas jóvenes que se aman y se odian, innecesarias, personajes esperpénticos con distintivo policial que convierten al detenido famoso en mérito para el medallero profesional, una verbena popular con aspecto de Loca academia de policía a lo sudamericano o la espontaneidad de Pichuquito, capaz de parar el mundo cada vez que escucha el apellido Piazzolla y no canta el himno nacional argentino de milagro. ¿Viste? Este lance atípico a través de un paisaje que comparte memoria quiere rescatar instantes pasados que otros prefieren mantener en el ataúd. El motivo de la llegada a suelo bonaerense se inclina hacia lo telenovelesco.
La necesidad de compañía ante el orgullo que no quiere confesar su realidad escribe el tango de la despedida. El tiempo se escapa de las manos en silencio. El protagonismo musical es un refuerzo nostálgico de la adultez aturdida por la despedida y el encuentro. La aventura se ríe de sí misma al contemplar a sus personajes como trotamundos que van y vienen dentro de un metraje imperfecto como la vida. Más que amor, hay cariño y la reactivación de un ciclo agotado, dignidad de vejez que, a pesar de toda la miel que se ponga en medio, intenta contagiar al otro una ironía particular.

J. G.


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