Cuando un director es enmarcado en el cine de autor se le está crucificando por un doble motivo: la búsqueda de la intelectualidad como sello personal y la transformación de imágenes en conceptos sesudos de tertulia nocturna. Hay gente que disfruta con ello pero seguro que el binomio Burnin' Percebes no persigue nada de eso aunque maestría para atraer moscas a sus deposiciones no le falta. El parto de Juan González y Fernando Martínez es ejemplo palmario de que cualquier con una cámara en la mano, y alguien que le suelte unos euros, es capaz de montar un escenario tan rocambolesco como insoportable. El disparate ordena sin concierto, según mandan los cánones del cine irreverente por esa búsqueda de la originalidad a través de eructos que facilitan una arcada contenida por respeto al compañero de butaca. El furor surrealista es una bofetada que confunde la gracia con la ramplonería, un golpetazo de aire viciado por el humor fácil y el guion macarra que ni
Luis Tosar puede domesticar. Al actor lucense no le sienta bien el peluquín que borra de su cara el gesto irónico de su mirada saltona. El tono tragicómico de un timbre habitual entra en duda como viajero en un
Orient Express hipotético, con
Agatha Christie convertida en pasajera sospechosa que podría raja gargantas.