La vida discurre por destinos salvajes que sólo lo imprevisto conoce. Desde el momento en que se materializan, las partes implicadas asisten a su descomposición y reestructuración. El ambiente de hospital se debate entre el exterior y una habitación como cuartel general de lo vegetativo. Un accidente de tráfico genera conflicto entre lo que sucedió y el resultado, entre las ganas por cumplir deseos y una espera comatosa marcada por la asepsia médica. A partir de ahora, la obviedad sentimental toma las riendas del problema para sumergirnos en un mundo donde lo imposible se convierte en realizable y las pretensiones escondidas se cumplen. La propuesta de
La habitación de las maravillas, centrada en la fatalidad y el corazón, no se para en lo lastimero, se adentra en la esperanza de una personalidad vitalista ante la adversidad impulsada por el amor materno.
Lisa Azuelos, apoyada en la novela iniciática de
Julien Sandrel, traza una línea recta en el relato de una experiencia traumática aferrada a cumplir objetivos que quizás jamás puedan alcanzarse. Suena a repetitivo pero funciona gracias a la efectividad afectiva conocida. Estas intenciones, más colegiales que maduros, llenan la mochila de una existencia rutinaria que rompe esquemas cuando el infortunio se cruza en el camino de lo cotidiano, cuando todo se desmorona para encontrar sentido a una existencia monótona. El choque de trenes entre lo programado y lo imprevisible descubre el potencial dormido de una mujer que se enfrenta al presente sin miedo. El valor de la fábula supera al peso de la tragedia.